De la Vida Real
Que sí, que no… Pero lo más seguro es que tal vez
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Ayer, me peleé con mi hijo mayor porque le dije que apagara inmediatamente el PlayStation. Me vio con esos ojitos que tiene y me dijo que le dejara jugar diez minutos más. ¿Cómo decirle que no?
El problema es que ni él ni yo tenemos claro lo que significan diez minutos.
Cuando vi el reloj eran las 17:00. Bravísima, le dije que ni un minuto más, que lo apague ahorita. Me volvió a ver con esos ojitos y me dije a mí misma: "No te dejes convencer, Valentina. No cedas ante sus encantos".
"¡Apaga ahorita!", le grité.
-Má, te juro que una partida más y no vuelvo a jugar en toda la semana, te lo juro. Te amo. Además, te veo un poco más flaca, má.
Me fui con el corazón lleno de felicidad. A veces que hay que dejarse ganar por los hijos. Y, para qué también, hay que reconocer que utilizó la mejor estrategia que pudo. Ganó.
En la cena me dice:
-Má, el COE Nacional y tú son igualitos, porque dices una cosa y luego cambias de opinión. Luego vuelves a dudar, te arrepientes, y al final siempre terminas dándome permiso luego de hacerme sufrir.
Igualito a lo que nos hizo el COE en estos días. Que sí playa, que no playa, que sí adultos mayores, que no, que sí placas, que no placas, que no mar, pero sí arena, que no arena y sí centros comerciales. Al final, siempre termina dando permiso para todo, pero primero el sufrimiento. ¿Te habías dado cuenta de que usan la misma lógica?
-Sí, mami, son igualitos. Tú siempre dices que ya no vas a comer más postres ni a hacer más postres y ¿qué estamos comiendo? Postre. Dices una cosa y luego otra, comentó mi hija.
Me dio pereza hacer una reflexión más profunda de lo que esto significa para los niños, pero es evidente que el cambio de opinión les afecta. Pero si no se cambia de opinión, es una guerra y hay reclamos eternos.
En este feriado nos fuimos a la playa con toda la familia de mi mamá, incluida mi abuela de 92 años. El hotel estaba reservado solo para nosotros. Este paseo fue organizado con muchos meses de anticipación.
Una semana antes, el chat de la familia, que es bastante inactivo, se activó, porque empezó a correr el rumor de que el COE Nacional había prohibido los viajes a las personas de la tercera edad.
Luego el chat se calmó cuando se dijo que esa medida no era cierta, que podían viajar dependiendo del número de placa que tuviera el vehículo.
Las familias nos fuimos organizando para ver qué día viajábamos y con quién íbamos en cada auto, cosas típicas de los paseos familiares.
Unos llegaron antes a la playa, otros después. Lo cierto es que todos nos hicimos un lío con eso de la orden de no entrar al mar. Estábamos todos, incluida mi abuela, dentro del agua. A eso del mediodía pasaron los guardias municipales diciendo, con megáfono, que saliéramos.
Asustados, salimos de una y nos pusimos a jugar fútbol en la arena. Grandes contra chiquitos, chiquitos contra grandes, una aglomeración familiar nunca antes vista. Eso sí, el paseo se dio porque todos estábamos libres de Covid-19, normas básicas que se ponen las familias antes de reunirse en tiempos de pandemia.
Nadie entendió la lógica de que nos prohibieran estar dentro del agua, pero sí poder estar juntos en la arena. Tengo que confesar que, luego de unos 20 minutos, los militares se fueron y todos, incluida mi abuela, regresamos al mar. Estaba tan rico, calentito y manso.
Estábamos solos en el hotel, con mucho espacio libre y sin ningún vecino a la vista. ¿Cómo no quemar el viejo? O sea, si no se quema el viejo es como que el año jamás se hubiera acabado.
Mi primo, con mi mismo nivel de entusiasmo, llevó la mudada completa para hacer el año viejo. Nos fuimos a comprar aserrín, salimos en un carro con placas equivocadas, nos dio miedo que hubiera agentes del orden vehicular, nos regresamos a cambiar de auto con placas impares.
Vimos que los policías del pueblo estaban tomando cerveza, comiendo encebollado y con sus mascarillas en el cuello. Les saludamos y nos regresamos a hacer nuestro monigote.
Esa noche gozamos. Al día siguiente, y con el chuchaqui a flor de piel, unos se regresaron porque era el día que su placa podía circular, otros nos quedamos porque no podíamos circular. Y resulta que la Corte Constitucional dispuso al COE levantar las restricciones y nosotros ni por enterados.
Una semana más tarde y pensándolo bien, sí me parezco al COE.
Claro que yo tengo mi propio COE personal: Consejo de Organización de Enredos y Contradicciones, muy parecido a lo que es el COE Nacional.