De la Vida Real
De la teoría a la práctica: Cuando la luz se apaga, la creatividad se enciende
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Se empezó a ir la luz y no podía trabajar porque el 99,9 % de mi trabajo es con la computadora. Entonces decidí arreglar mis libros y encontré uno que decía 'Curso práctico para hacer productos de limpieza sólidos'.
Me acuerdo de que durante la cuarentena del Covid entré a ese curso, pero jamás hice un solo producto. Sentí que era esa señal divina que llegó en medio de las tinieblas.
Del pensamiento pasé a la acción y fui a comprar los productos necesarios. Me dio vergüenza enfrentarme al vendedor y decirle que no entendía nada de lo que iba a comprar, y mucho menos cuando hablan en onzas o gramos.
Muy segura, le dije: "Verá, señor, mi hijo me mandó esta lista de cosas que le piden en el colegio porque van a hacer shampoo sólido, acondicionador sólido y crema sólida". "Claro, señora, con gusto le ayudo", me respondió.
Me entregó los materiales en una funda gigantesca y ni les cuento lo que tuve pagar. En el auto vi la factura y me di cuenta de la estupidez que había cometido: en la lista decía 'ingredientes necesarios para preparar 1.000 gramos'. Puse en Google: "¿Cuánto es mil gramos en kilos?" Y cuando vi la cantidad casi muero.
La receta decía: "Ponga a derretir, a baño María, 60 gr. de SCI". Agarré una olla de la cocina, una cuchara de palo y seguí paso a paso la receta.
Compré también colorante amarillo en polvo y, al ojo, puse una cucharada. Grave error. Los primeros shampoos quedaron igualitos a un llapingacho, tan redonditos, amarillos y deliciosos que parecían que tenía trocitos de queso adentro. Les guardé en la refri.
Mis hijos, en la noche, cuando se bañaron, me dijeron que sí valía el shampoo, pero que las manos les quedaron amarillas y como a la crema le puse un poco de colorante rojo, mis guaguas parecían salidos de una escena del crimen. Se tuvieron que volver a bañar.
Uno de esos días, el Wilson, mi marido, pegó un grito: "Valentina, carajo, ¿qué es esto tan asqueroso? Pensé que eran llapingachos y mordí un bocado. Bota estas pendejadas. Es algo tóxico". Me dio tanta risa que no le podía explicar que era el shampoo sólido que había hecho.
Al día siguiente, repetí las recetas, pero con un poco menos de colorante. Y fui corriendo a que prueben mis papás. Hice un bálsamo para labios con lo que sobró de la crema.
Mi papá casi me mata porque se quedó con los labios rojos pasión: "Carajo, Tinita, ¿cómo me das esta pendejada? Así no puedo ni salir a comprar pan". Nunca creo que me he reído tanto. Estaba furioso.
Mis hijos decían "Ma, el cuchillo sabe a perfume. Deja de hacer estas cosas en la casa". "Ma, el plato está sucio con una cera que no sale, qué asco", “Ma, la casa huele a perfume barato”. El Wilson, antes de comer cualquier cosa, me preguntaba: "¿Chi, esto es queso o es una de tus cosas?". "¿Esto es jugo o algún brebaje?".
Mis papás me ven entrando a su casa con algún producto, y me dicen: "¿Y ahora qué nos traes?". "Un exfoliante para piel seca, ma".
La Yoli, mi ángel de la guarda, me reclamó: "Niña Valen, váyase de aquí con sus tonteras, váyase, váyase, ¿no ve cómo deja todo manchado, apestando a rosas?".
Pero ella también prueba mis productos y me dice feliz: “Buenísimo su acondicionador, vea cómo me dejó de suavecito el pelo”.
Y me cuenta recuerdos, mientras me ayuda: "Mi abuelita Matilde, en el campo hacía unas telas con cera de abeja. No sabe lo buenas que eran para conservar las cosas". Esto me dijo porque vio la cantidad de cera de abeja que había en una bolsa.
Ni bien volvió la luz, puse en YouTube "cómo hacer tela encerada" e hice miles. Al día siguiente, la Yoli, bravísima, me reclamó: "Niña Valen, usted ya es una mujer adulta para que me esté dañando las cosas de la casa. Ya me ha dañado la plancha. No vuelva a coger nada de la lavandería".
Esta semana no he producido porque la luz casi no se ha ido y me ha tocado trabajar más en la computadora. Pero esperen a que vuelvan los apagones.
Tengo tantos productos que creo que por un año mínimo no volveremos a comprar ningún producto de aseo personal y ya estoy mejorando la fórmula. Hice shampoos y acondicionadores para cada tipo de pelo. También hice un desodorante buenísimo, según mis colaboradores.
Ayer el Wilson me preguntó si ya había pagado la patente municipal. “Verás que ya te hice el depósito”, me dijo. Y ahí recién caí en cuenta del porqué había tenido la plata para comprar tantos insumos y moldes…