Una Habitación Propia
El autobullying sexual
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Leí hace doce años la primera edición de 'Sexografías' de la escritora peruana Gabriela Wiener, un libro de crónicas periodísticas tan increíblemente audaz, divertido e inteligente que me hizo desear como nunca en mi vida ser amiga de su autora.
"No conozcas a tus ídolos", dicen, y yo creo en esa máxima, pero había sentido tantas cosas físicas y emocionales -excitación, deseo, emoción, ternura, celos- al leer 'Sexografías' que tenía que conocer a la mujer detrás de semejante belleza de libro.
La conocí. La adoré. La adoro. Somos familia ahora, hermanas, ñañas.
Esta semana presenté la nueva edición, que ya es un clásico entre los libros de sexo, los de periodismo y los de literatura. Esto ya lo sabe Gabriela: esta vez no sentí las mismas cosas al leerlo.
Esta vez, por ejemplo, lloré.
Sí, han pasado doce años y muchos, pero muchos apocalipsis personales. Ya no soy la misma mujer y los libros, se sabe, cambian con una, se metamorfosean y van dejando nuevas pieles -como las serpientes- en tus manos cada vez que te acercas a ellos.
'Sexografías' se había quedado en mi imaginario como un libro sexy, coqueto, desafiante, con un punto de vicio y de voyerismo. Lo fue, lo sigue siendo, pero ahora veo otras cosas: veo, por ejemplo, cómo la autora va construyéndose un personaje que pueda lidiar con el mundo como no puede hacerlo ella sola, sin máscaras.
Esto, lo del personaje, lo hacemos todas. Las inseguridades, a medida que crecemos, las vamos metiendo dentro del disfraz, "elija usted el modelo", y lo que sale puede ser tan ferozmente verosímil que nadie es capaz de detectarlo.
Ya estaba ahí, pero yo no lo había visto. 'Sexografías' es, también, el libro de una mujer insegura, con complejos, que se muestra sexual, pero a la vez vulnerable. Que dice "quiéreme, quiéreme, quiéreme".
Esta vez no tuve ganas de tener sexo con ella o acompañarla en sus correrías, sino de abrazarla, de abrazar a la pequeña Gabi antes de que la vida le pasara su escáner de exigencias de belleza imposibles.
También quise abrazar a la pequeña María Fernanda, siempre pensando que si un hombre la deseaba era porque ese hombre tenía alguna filia sexual con las gordas.
O sea, un tipo raro que se quería acostar con un freak show.
Y había que decir que sí y había que apoderarse como de una llamita en medio de la nieve de ese minuto de gloria en el que, gracias al deseo ajeno, habías podido vencer al canon de belleza y ser por un rato una mujer atractiva y 'normal'.
Todas somos fetichizadas: las gordas, las latinas, las transexuales, las mayores, las adolescentes, las negras. Todas entramos en alguna categoría del porno y todas las que somos disidentes del canon estético hemos sentido alguna vez -o siempre- que nos están haciendo un favor al considerarnos lo suficientemente bellas para estar con nosotras en la cama.
Tenemos la cabeza llena de monstruos.
Puede ser que fuera tan duro leer 'Sexografías' doce años después porque, por un lado, me recordó que no he superado del todo la maldita estupidez adolescente de que no soy atractiva sexualmente por mí, sino porque la otra persona me considera una fantasía -estar con una gorda- y, por otro, porque imaginé a mi Gabriela pensando que su atractivo dependía de su arrojo, de su lascivia y no de su enorme -cósmica, estelar- belleza interior y exterior.
Me dio rabia, también, constatar que nos han machacado tanto la autoestima que es imposible sacarse el mandato estético-patriarcal cuando nos sacamos la ropa. Todo lo contrario, en la cama, tu cama, es donde más profundamente resuenan las burlas de los compañeros de colegio: gorda, fea, india, negra, horrible.
Y luego dicen que no necesitamos el feminismo.