Contrapunto
Serguéi Prokófiev, el músico rebelde que se sometió a Stalin
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Considerado entre los más importantes del turbulentos del siglo XX, la vida del músico Serguéi Prokófiev, nacido en Ucrania en 1891 y fallecido en Moscú en 1953, estuvo marcada por signos de rebeldía contra los bolcheviques y luego por muestras de sumisión a Stalin.
En el mismo año del triunfo de la Revolución de 1917, Prokófiev se largó, primero a Japón; después pretendió viajar a Argentina y finalmente, al igual que muchos de sus colegas, se radicó en Estados Unidos, donde se dedicó a la dirección orquestal.
La mayor parte de su obra, que incluye conciertos para piano, música para ballet, sinfonías y óperas las escribió en Europa y en la ex Unión Soviética.
Su retorno a la patria arrojó luces y sombras, mas estaba resignado: para tener éxito en su país natal debía someterse a los designios del partido único y del líder absoluto: Iósif Stalin.
Un tirano que, al igual que su colega alemán Adolfo Hitler, amaba la música de los grandes maestros, especialmente a Wagner en el caso del alemán, y a Tchaikovsky, en el del soviético.
Stalin, de acuerdo con biografías coincidentes, estaba al día en el acontecer musical de Moscú, San Petersburgo y en la mayoría de capitales que integraban el imperio de los soviets.
El musicólogo Alex Ross en 'El ruido eterno' califica a Prokófiev y también a Shostakovich como "los dos gigantes de la música soviética", que nunca se entendieron bien entre ellos y lo demostraban mediante mutuas críticas.
La Revolución sorprendió a Prokófiev mientras preparaba el estreno de su obra 'El jugador', basada en la novela homónima de Dostoievsky. Sus problemas con el régimen bolchevique comenzaron a partir de sus quejas por la falta de "aire fresco para crear".
El destino del músico quedó en manos del rocambolesco comisario de instrucción pública Anatoly Lunacharsky, quien invitó "cordialmente" al músico a que abandonara la Unión Soviética, incluso le concedió un pasaporte en caso de que quisiera regresar.
Pocos meses después de ese episodio, que marcaría a Prokófiev, el comisario dirigió un juicio insólito: formó un tribunal para enjuiciar y acusar a Dios por genocidio.
Después de cinco horas de acusaciones y supuestas pruebas, en la madrugada del seis de enero de 1918 un pelotón de fusileros disparó hacia el cielo de Moscú y con eso se cerró el absurdo y ridículo juicio de Lunacharsky contra Dios.
La historia recuerda que antes de la KGB existió la OGPU, la que creó los Gulags, campos de concentración a donde iban a parar escritores, poetas, artistas y músicos disidentes; además de los miembros de la iglesia ortodoxa.
Ese fue el ambiente que encontró Prokófiev a su retorno a la Unión Soviética en 1927. Entre las obras más importantes que compuso tras su regreso consta la música para el ballet de Romeo y Julieta (opus 64); pero la crítica fue despiadada.
Según relata Alex Ross, miembros del ballet Bolshói acusaron a la composición, basada en el drama de Shakespeare y estrenada en 1940, de "no bailable", pero lo más fuerte provino de los funcionarios soviéticos: Prokófiev traicionó a Shakespeare al permitir que los personajes de la obra "vivan felices eternamente".
Lo único que le quedaba al autor de 'Pedro y el lobo' era someterse a la propaganda y comenzó su 'Cantata para el vigésimo aniversario de octubre', después vendría 'Canciones de nuestros días' y finalmente 'Zdravista' (Brindis a Stalin):
Hay un hombre tras los muros del Kremlin
y todo el país lo sabe y lo quiere
tu dicha y felicidad vienen de él
¡Stalin! ¡Ese es su gran nombre!