Una Habitación Propia
Señora de la tele ¿quién te hizo tan mala?
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Esta es una señora que todos conocemos, una señora prime time, una señora a la que se da voz porque su voz, desde que tengo memoria, ha narrado día a día lo que su canal ha considerado noticioso.
Esta es una señora que mal no ha de vivir. Quiero decir, una señora con privilegios, que ha podido elegir.
Esta es, además, como todas las señoras privilegiadas, una señora que opina despreocupadamente, como quien bosteza, sobre las vidas que no conoce, que jamás conocerá.
Como todas las señoras privilegiadas, salvo excepciones, es desalmada.
Esta es una señora que en un programa de gran audiencia dijo unas palabras que me repugna reproducir, me dan arcadas violentas, sigo frotándome los ojos y los oídos, pero sí, las dijo.
Esta es una señora que, sin sonrojarse, sin desdecirse, sin pedir disculpas por semejante exabrupto (porque no lo fue, porque lo piensa en serio), dijo esto en un programa, frente a una cámara, con su voz archiconocida de presentadora de noticias:
"Hay niñas de catorce años que consienten su violación".
Esta es una señora ignorante que, a su madura edad, ignora el concepto de violación. Esta es una señora peligrosa no por lo que piensa, tantas otras señoras blancas de collar de perlas y conjunto de lino piensan exactamente lo mismo: que las cholitas se embarazan antes porque así viven ellas, ¿no? Como agrandadas, como perritas en celo, se lo buscan.
No son niñas, son cholas, carne de empleada doméstica, mujercita estereotipo con dos criaturas de la mano y otra colgada de la teta.
No son como ellas, sus amigas o sus hijas. Son más… ¿cómo decirlo? Salvajes, precoces, sexuales, mórbidas.
Esta es una señora capaz de generar muchísimo daño no por su idea perversa de las niñas que no son de su clase social, sino porque su voz tiene eco y las porquerías que salen de su boca tienen eco, uno grandísimo, dañino, que da la razón a otros que piensan monstruosidades.
Como ella.
Es inmoral lo que dijo esta señora en televisión.
Y es indolente y es perverso y es falso.
Nadie consiente una violación, son antónimos, oxímoron, opuestos.
Una niña de catorce años no consiente una violación. Está presa, sale embarazada del marido de su prima o de su madre, de su abuelo o del hijo de otra relación de su padre, o sí, de su noviecito, productos los dos de una sociedad pacata -tan enfermizamente incongruente- que no permite la educación sexual de calidad para niños y jóvenes.
Una en la que se digan sin mojigatería y sin ese catolicismo ciego y dañino las palabras condón, anticonceptivos, deseo, coito, enfermedades venéreas, aborto, píldora del día después.
Las palabras abstinencia y pecado son pura mierda cuando todos los hombres a tu alrededor quieren violarte.
Esta es una señora cuya devoción es tan dañina que no le permite la piedad. Paradoja de paradojas, me parece que en el libro sagrado de la religión que ella tan ferozmente defiende están escritas estas palabras:
'De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis'.
¿Qué cree esta señora que pensará el Jesús del Nuevo Testamento, el libro que a mí y a tantos nos enseñó a amar sin importar nada -san Agustín dijo ama y haz lo que quieras- de las palabras que le dedicó a las hermanas pequeñitas de Dios?
Me parece mil veces más pecado lo que dijo esa señora que abortar cuando tienes catorce años y lo último que quieres es tener un hijo, cuando el sexo, esa cosa extraña, llegó a tu vida por medio de engaños, violencia, perversidad, machismo y la maldita presión que ejercen los hombres al pedirle a las mujeres una prueba de su amor.
Esta es una señora a la que el Señor, si el Señor es aquel en el que yo creí con todas mis fuerzas, le pedirá cuentas.
Esta es una señora clasista, machista y racista, una señora que se desentiende del mandato del periodista: este no es un oficio para cínicos, una señora incapaz de ponerse en los zapatos del otro, de la otra, una niña, una niña embarazada y sola.
Esta es una señora a la que no le voy a dedicar un solo pensamiento más porque no lo merece. Ya se encargará el mundo, este y el otro, si existe y ojalá que exista, de hacerle pagar cada una de sus palabras miserables.