Al aire libre
Semana de no hacer nada
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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En mi casa cada uno tiene un perro: el mío es el Goncho. Me sigue a todo lado, está en la ventana de mi 'oficina' mientras trabajo. Con él salgo a correr porque está atento y me pide con los ojos que lo lleve.
Pero es tan celoso que, cuando el resto de perros viene, se me lanza y me lesionó el otro día la rodilla.
Fui donde la doctora Gina Rueda. Mi vida pendía de un hilo porque son más de 20 años que no me dolía la rodilla. Yo pensaba mientras iba al consultorio: es el ocaso de una corredora.
Ella no se inmutó, me hizo subir y bajar gradas y yo que no quería ni caminar. En la camilla me revisó y, de pronto, me puso una inyección debajo de la rótula –yo sé, suena horrible.
No me dolió nada.
-Hay líquido ahí dentro entonces no sientes nada –dijo.
Luego me puso K tape para estabilizar la zona y me mandó a descansar dos días.
-Corre cinco kilómetros el viernes y si no te duele, corre la carrera el sábado -me recomendó.
Gina me contaba que su esposo no hace deporte y cuando ella le insiste, él dice: tu consultorio está lleno de gente que hace deporte, para qué quieres que yo haga.
Nos reíamos. Es cierto que las personas sedentarias no se lesionan tanto, dijo Gina, pero cuando les pasa no mejoran y se les vuelve algo crónico. Además del daño en sus arterias, en su corazón, por la hipertensión, de la diabetes, el sobrepeso, etcétera.
Me fui a descansar.
-Hoy no hice nada en todo el día y estoy muy orgulloso al respecto. – dice Johnny Guabo, amigo argentino de mi hijo. Y recalca:
-Qué bueno cuando buscas el control remoto y lo tenés cerca.
Así estuve yo.
De todas maneras, me puse ortiga y hielo. No tomé medicamentos. Confié en la mano mágica de la doctora y el viernes corrí los cinco kilómetros sin dolor. El sábado corrí la carrera, llegué tercera de la categoría y me subí al podio.
En medio de la felicidad, el Goncho amaneció con un lastimado junto a su cola. Volvieron las pulgas a picarle y él es alérgico. Se rascó tanto que tenía la zona en carne viva.
Le pusimos campana o collar isabelino (bendito collar que se llama así por los cuellos que usaban las mujeres en la era isabelina, y lo patentó un señor Frank L. Johnson, según Wikipedia).
Le pusimos spray de plata, más antibióticos y antipulgas. Como dice mi hijo, cada enfermedad de estos perros es un salario básico.
Pero hay que cuidarles, no se imaginan el lastimado y ahí mismo se volvía a morder.
Está mejor. Todos estamos mejor.
¡Me ha agarrado un amor por los animales!
Hay tanta maldad contra ellos. Sigue vigente el circo romano, sigue Cómodo, el césar malvado matando los animales más bellos del planeta.
Es que todos son bellos. Un oso de anteojos no puede ser más lindo, y las tortugas, caballitos de mar, los erizos, los tiburones. Todos inocentes, atacados por el humano.
Me dio alegría encontrar en diario El Comercio del 22 de septiembre esta nota: Alemán salva y rehabilita las tortugas marinas del Ecuador.
Se trata del veterinario Rubén Alemán que ya va curando 800 tortugas lastimadas por la mano del hombre, y de la mujer supongo, aunque hay más pescadores hombres.
Ahorita le leo a Johnny Guabo en twitter: “Estoy hace tres horas tirado en mi cama esperando que la habitación se ordene sola y todavía nada… Este gobierno de…”