De la Vida Real
Una segunda oportunidad para los jóvenes de Same y de Ecuador
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Desde lejos vi cómo la niña quería cosechar un mango verde del árbol. Eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando apareció Jimmy, un señor alto, tan alto que con solo estirar la mano agarró el mango y se lo entregó a la niña.
-Tenga, pero está tierno -dijo con una voz fuerte y se presentó orgulloso como el guardia del hotel.
-Cualquier problema que tengan, no duden en llamarme. Estamos para servirles.
Jimmy es uno de 12 exdelincuentes que quieren reinsertarse en la sociedad, y ahora trabajan en hoteles y recintos vacacionales en Same (Esmeraldas).
Al igual que sus compañeros de la banda, Jimmy se dedicaba a asaltar a los turistas. Ahora es parte de sus guardianes.
-En este último feriado se reportaron cero asaltos. Claro que no todo es perfecto. Hay unos muchachos que no quieren recuperarse, y atracaron en la carretera. Pero el líder de la banda, que también está cooperando con nosotros, fue y recuperó lo robado. -Cuenta Mario Ojeda, quien está a cargo de Same Seguro.
Esta playa se volvió muy peligrosa. Los asaltantes con un cuchillo oxidado te quitaban todo. Muchos fuimos víctimas de ellos.
-Mire, niña, este es un proyecto que apenas tiene cinco meses, entre negociación y ejecución. Si funciona, será un éxito. Nosotros vivimos del turismo, y con tanto robo que hay la gente tiene miedo de venir. Sin turismo, solo se incrementa la pobreza. Eso es lo que deben entender estos muchachos, que los turistas no son para robar, sino para dar trabajo. -Me cuenta Mario mientras enciende un cigarrillo.
-Todos los negocios del sector estamos aportando para poderles pagar a los chicos. Les damos USD 20 por el día de trabajo y USD 25 por la noche. Estos recursos salen de nuestros bolsillos, porque nos interesa que Same no se hunda más.
Fernando es un joven que cuida la playa. No debe tener más de 20 años. Es callado, de piel canela y ojos color miel.
-Usted, vaya tranquila, que nosotros estamos aquí resguardando la seguridad. -Me respondió cuando le pregunté si era seguro ir caminando al pueblo con los niños.
-Allá hay una carpa, donde está mi compañero. Aquí no pasa nada.
Mario me cuenta que Fernando es un buen chico.
-Estos jóvenes estaban recién empezando a torcerse. Es mejor hacerles entrar en razón ni bien empiezan. Ninguno de ellos está tan contaminado como esos mafiosos de las bandas duras, solo que la necesidad les hace actuar mal, niña. Ojalá haya la oportunidad de que usted hable con el líder y así entienda su punto de vista. Porque aquí hay que oír a todos y conocer la realidad por la que pasan ellos.
Mi lado periodístico salió a flote y quise conseguir una entrevista con el líder de la banda, pero el tiempo nos jugó en contra, y me tocó regresar a Quito.
-Niña, creo que si todos apoyamos esto va a funcionar. Es algo que está bien pensado y estructurado. Hay una empresa privada que quiere invertir para que estos jóvenes tengan su emprendimiento. Ponerse su negocio y enseñarles a administrar. También nos reunimos con una trabajadora social para que sea un trabajo sostenido en el tiempo.
Cuando Mario habla de Same Seguro, se le nota la pasión y la convicción que tiene.
Mario me confiesa que, en unas de las primeras conversaciones que tuvo con el líder de esta banda, él le dijo que ellos querían cambiar, que si les ayudaban se iban a enderezar.
-Es cuestión de alternativas. Es que a nadie se le ocurre qué se puede hacer, porque aquí, en Same, hay temporadas bajas y altas –y más son bajas que altas–. Entonces debe existir un plan continuo, no solo cuando vengan los turistas. Y en eso estamos trabajando, pero, créame, niña, que es duro. Hay que seguir. No se puede bajar la guardia porque esto se nos va de las manos, y ahí sí esta playa se vuelve tierra de nadie.
En estas vacaciones sentí mucha seguridad. Mis hijos subían y bajaban de la playa solos. El 31 de diciembre, mi sobrino de 14 años y mis hijos quisieron ir a pescar a las tres de la mañana. Les dije que ni se les ocurriera, pero uno de los guardias se ofreció a llevarlos:
-Yo los acompaño. Si están conmigo, ¿qué les puede pasar? ¿Diga?
Me quedé en el mirador viendo cómo el guardia les enseñaba la técnica de pescar con una botella de plástico, mil metros de nailon y anzuelos. Los niños regresaron felices con dos bagres y una canchimala.