¿Qué te seduce del mundo narco?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La noticia es estremecedora: “Niños y adolescentes de zonas rurales de Tungurahua sueñan con ser parte de organizaciones delictivas”.
Allí nos cuentan que David, de 16 años, cuyo padre migró a EE. UU., está aprendiendo a manejar moto para ser recadero de una banda porque pagan bien por viaje, sumado al respeto que ganaría cuando los demás sepan que no es “cualquier botado”.
A Kevin también le apoyan en todo: teléfono, zapatillas de marca inalcanzables, cosas así que lo liberan de la miseria. “Siempre he querido libertad y ahora la estoy consiguiendo”, dice. Los otros chicos anhelan igualmente ser poderosos y con mucha plata, como los grandes mafiosos que ven por internet. Van al colegio porque “no les queda otra” pero el rato que alguna banda les ofrezca trabajo lo harán sin problemas.
Sin problemas morales, se entiende, para obtener dinero, poder, respeto, libertad, respaldo. Un fenómeno que pasó en México hace mucho rato; por ejemplo, en Michoacán, un estado flagelado por la violencia de la guerra entre bandas, donde el 40% de las niñas de la secundaria soñaban tener un romance con un narcotraficante.
Entre otros factores, los narcocorridos habían allanado el camino pues volvieron romántica y aventurera la figura de los criminales, reforzada por las telenovelas y series que endiosaban a chapos y escobares.
Pero no son solo chicas pobres las que caen rendidas ante el poder de los capos. Virgina Vallejo, niña bonita de la high colombiana y estrella de la TV, entabló una tórrida relación con el mismísimo Pablo Escobar. Luego trató de explicar y justificar sus veleidades en un libro deleznable que se convirtió en best-seller: ‘Amando a Pablo/odiando a Escobar’.
Siempre se supo, por lo demás, que varias de las candidatas a Miss Colombia eran auspiciadas por los narcos, quienes pagaban las costosas cirugías plásticas. Es que sin tetas no hay paraíso, pero tampoco sin pómulos y nalgas y lo que haga falta añadir, modificar o restar. Recordemos que una Miss Universo venezolana llevaba 17 intervenciones encima.
Acá, en este Ecuador chiro pero en guerra, una asambleista acusó hace poco a algunas de sus colegas de haber sido “muñecas de la mafia”, nombre de la serie que, según Wikipedia, presentaba “los sueños, las ambiciones, el amor, el odio, las pretensiones, la belleza y la búsqueda de poder” de las protagonistas “quienes están envueltas en las extravagancias, los placeres y las adversidades del mundo del narcotráfico”.
Al aprendiz de sicario de Nueva Prosperina le obnubila lo mismo: de no ser nadie a sus 16 años, a tener el poder sobre la vida y la muerte de cualquier persona; si cumple bien las órdenes, quizás termine en la piscina de las mansiones de Norero o de Jordán en Miami. Allá donde se refugian delincuentes de toda laya y se lavan toneladas de dinero sucio.
Allá, en el reino del consumo que encandila a América Latina. Porque, ojo, el mundo de la droga no es el opuesto del mundo del consumo, sino su exacerbación, atizada por la TV y las redes. No solo consumimos objetos, sino también, y sobre todo, mitos, modas, aspiraciones.
¿Por qué creen que este país donde el 90% es pobre elige presidentes millonarios? Porque representan los delirios de riqueza, poder y mujeres bonitas. Las otras necesidades pueden esperar. No me voy a pasar la vida camellando para obtener una casita a crédito. La vida es ahora, como reza el eslogan y el mundo narco es el único que está a la mano. Si hay que poner el pecho a las balas o el culo a cambio, ¿cuál es el problema?
Para rizar el rizo, la última moda de las ricas y famosas como Rihanna o la supermodelo Kendall Jenner es la Mob Wife, o sea, la tendencia a vestirse como esposa de mafioso. Un estilo ostentoso y guachafo como el abrigo de piel sintética que lucen. Un lavado de imagen más dañino que el lavado de dinero. La seducción total.