Cambio de Rueda
Santa Greta de los Mataderos
Actor, escritor, director y profesor, cofundador del grupo Muégano Teatro y de su Laboratorio y Espacio de Teatro Independiente, actualmente ubicado en el corazón de la Zona Rosa de Guayaquil. A los cinco años pensaba que su ciudad era la mejor del mundo,
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Mártir de Europa, el así llamado continente en honor a una adolescente fenicia violada por Zeus, Juana de Arco aún vive, carajo. Hoy se llama Greta Thunberg.
Este artículo también pudo llamarse “Queremos tanto a Greta”, alusión al cuento de Cortázar donde un grupo de adoradores de Glenda Jackson termina planeando su asesinato, tras los tumbos en su carrera (yo debí matar a Woody Allen después de “Deconstruyendo a Harry”).
El reciente performance de Greta Thunberg en la Cumbre de Nueva York 2019 me ha dejado seco. Ver y escuchar a Alfonso Espinosa de los Monteros presentar con entusiasmo los 35 segundos de su llanto, en el mismo noticiero cuyas estrellas se han solazado entrevistando a voceras de Bolsonaro contra el aborto y marchando por malecones contra el matrimonio igualitario, ya presagiaba el melodrama absolutamente innecesario y completamente lejano al tremendo impacto que nos produjo su cabal comparecencia en la Cumbre del Clima de la ONU en Katowice, Polonia, diciembre 2018, cuando dijo la verdad de la milanesa: que los líderes mundiales son una caca, y que el calentamiento global no se combate con cumbres y palabras.
La discusión sobre la salud mental de Greta y su familia, promovida por la extrema derecha, hace parte de una leyenda innecesaria para lo de fondo; tampoco me interesa dilucidar si su clan hace parte de un macabro complot del capitalismo verde (¿quién no, hoy en día?) o la obviedad del papel que juega la blancura de su piel en la pigmentocracia mundial… Lo que cuestiono es su actuación, puede que digna de un Óscar en la misma lógica del show business crítico y productor de Trump, pero evidentemente tan poco eficaz para realmente conmover, o sea: para moverse con.
Greta y sus lacrimones a la hora de la telenovela remiten a la típica válvula de escape artistotélica. Nada personal hay contra ella, todo lo contrario: como ex niño mediático, experimentado en que lo hagan mierda a la menor duda o equivocación, espero de todo corazón que Greta madure estudiando a los clásicos anti aristotélicos del drama y anti platónicos de la política y la metafísica, y logre darle un giro a su carrera activista y performática, hasta el punto de auto cuestionarse el karaoke espectral al que sus mejores intenciones la conducen, reincidiendo eurocéntricamente en el maldito mito de la mártir adolescente, Juana de Arco, que anida en el culmen de su sentimentalismo.
La elegida a la que Dios/la Pacha Mama le tuitea directamente fue llevada por Brecht hasta los camales de Chicago del crac del capitalismo de 1929, y lo único que la tan caritativa como oscura Juana hizo en nombre de la bondad fue abonar, con absoluta fecundidad, el camino de la maldad, la explotación y la desigualdad. Lean la obra, no esperen a que se las cuente.
La de Brecht no deja de ser una subversión interesada del mito, así que no estaría mal completar la velada viendo el filme clásico de Carl Dreyer, donde un hermosísimo y sosegado Antonin Artaud, en el papel del único sacerdote, parece comprender las contradicciones de la Juana de Arco más interesante viva que muerta -como cualquiera de nosotrxs, por otro lado-: una tipa de carne y hueso genuinamente interesada en los y las demás, como creo o espero ocurre con la pequeña gran Greta...
Pasa que, como Baudrillard coincidirá años después con Brecht, “la locomotora del mal la conduce el bien”. Si todo se limitara a nuestras buenas intenciones, seríamos una película de Marvel, y no los ciegos que necesitamos de Marvel y de otras drogas para no (di)sentir.