El Chef de la Política
La salida anticipada del Presidente y el nuevo 'carnavalazo'
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Hace poco más de una década el país discutía sobre los efectos de la salida anticipada de los presidentes. Desde las perspectivas económica, social y política, la idea matriz era que ese tipo de inestabilidad genera más perjuicios que beneficios.
No obstante, hoy se retoma el debate y se coloca como punto central de la agenda si conviene o no la permanencia de Lasso en el poder.
Desde un enfoque distinto, aunque no necesariamente opuesto al mencionado, quizás resulta más fructífero analizar si la salida de Lasso puede mejorar en el corto plazo la situación por la que atraviesa el país.
Aunque es cierto que un remezón en Carondelet bajaría las tensiones, ese apaciguamiento sería ficticio y no resolvería los problemas de fondo. De hecho, el descenso en la conflictividad que podría generar la alternancia resultaría más perjudicial para los intereses nacionales si se mira en perspectiva.
Dicho en sencillo, con la deposición de Lasso el remedio puede resultar peor, quizás mucho peor, que la enfermedad.
Veamos los escenarios posibles y asumamos hipotéticamente que este lunes se da un nuevo 'carnavalazo', evento político que dio fin, allá por 1972, al quinto gobierno de José María Velasco Ibarra.
Primer escenario. Lasso renuncia. La presión desde diferentes sectores políticos escala, la movilización indígena toma cuerpo y se hace extensiva a otros sectores de la sociedad.
Los pocos aliados del Jefe de Estado se esfuman y los escándalos de corrupción que rodean al Gobierno se hacen mucho más evidentes. Como consecuencia de ello, las Fuerzas Armadas retiran el apoyo y Lasso se va.
Algarabía o tristeza de por medio, lo único claro en ese momento es que no hay elecciones anticipadas, pues existe un orden de sucesión constitucional. Por tanto, Borrero asume el Gobierno por algo más de dos años.
Ahí cabe una reflexión. Si Lasso no tiene equipo de gobierno a pesar de la existencia de una estructura electoral llamada Creo, Borrero es aún más débil en ese aspecto. Si a lo dicho se suma su inexperiencia política, el objetivo de fondo del vicepresidente será culminar el período a como dé lugar.
Ese contexto, precisamente, será el espacio perfecto para que las demandas de los diferentes sectores políticos aparezcan y, a la vez, para que el Presidente las absuelva favorablemente, siempre con la mira puesta en que esos dos años sean lo menos conflictivos posible.
La incertidumbre daría paso al espasmo y el país entraría en una congeladora de dimensiones iguales o mayores a las que vivió con Moreno o con el otro presidente médico (no me refiero a Isidro Ayora, por supuesto).
Ahí la pregunta es: ¿vale la pena ese escenario en el que poco o nada se podrá demandar a un presidente cuya llegada es fruto del puro azar y sus manos estarán atadas ante las presiones y chantajes que caracterizan al sistema político nacional?
Segundo escenario. Juicio político y salida de Lasso. La Asamblea Nacional junta los votos, busca una motivación (en ese inalterable orden) y después recurre a la Corte Constitucional para que analice la viabilidad de la causal invocada.
Independientemente de lo que ese tribunal resuelva, las críticas de la parte afectada vendrán, de eso no hay duda. No obstante, al menos las sombras de duda por corrupción de los jueces estarán ausentes y eso en un país lleno de sabandijas es decir bastante.
Más allá de eso, en el caso de que proceda el enjuiciamiento político y Lasso sea destituido, aplica nuevamente el desenlace del escenario anterior. No hay elecciones anticipadas, Borrero es presidente por dos años y hará todo lo que sea necesario para mantenerse en el poder.
Secuestrado por las mafias políticas del país es poco esperanzador ese futuro que le depararía al nuevo Jefe de Estado. La pregunta otra vez es si este escenario es lo más saludable para los intereses de Ecuador.
Tercer escenario. Destitución de Lasso por parte de la Asamblea Nacional a través de la denominada muerte cruzada. Se reúnen los votos, se busca luego la motivación y con eso se destituye al Jefe de Estado. Borrero asume el poder. No hay elecciones anticipadas.
El ahora vicepresidente se queda alrededor de cinco a seis meses en funciones hasta que se verifique el nuevo proceso eleccionario y en agosto de 2023, aproximadamente, se elige al nuevo Jefe de Estado, quien estará solamente hasta terminar el período. Días más, días menos, tendremos un nuevo presidente por un año y nueve meses.
Ahí la gran incógnita es si terminaremos eligiendo a un patriota que llegue a bajar las tensiones, a un delincuente contumaz que aproveche la oportunidad para agrandar su bolsillo o a un perspicaz político que utilice ese tiempo para generar su propia plataforma electoral.
En definitiva, en los dos años que vienen tendríamos como Jefes de Estado a Lasso, Borrero y a un patriota, un delincuente o un perspicaz. ¿Esa inestabilidad es beneficiosa para el país? Ahí la pregunta abierta.
Cuarto escenario. Disolución de la Asamblea Nacional por parte de Lasso o lo que conocemos como la 'otra' muerte cruzada. Se van 137 legisladores a sus casas y el Presidente se queda por unos pocos meses.
No podrá gobernar a sus anchas porque los decretos que puede emitir son de urgencia económica y requieren un dictamen favorable previo de la Corte Constitucional, con cuyos jueces se podrá estar en desacuerdo pero no al punto de tacharlos de delincuentes, a diferencia de sus predecesores.
Al igual que en el escenario en el que Borrero se queda como presidente por un corto plazo, acá Lasso corre la misma suerte. Luego de eso, elecciones para conseguir un presidente por un año y nueve meses.
Nuevamente, podemos designar a un patriota, a un delincuente o a un perspicaz que use el espacio para catapultarse al proceso eleccionario siguiente, pues la posibilidad de que Lasso pueda ser reelecto es tan creíble como las encuestas que decían que el 'SÍ' ganaba de forma abrumadora en la pasada consulta popular.
Acá la pregunta vuelve a ser la misma: ¿vale la pena tanto cambio en tan poco tiempo?
Finalmente, pensando desde los intereses de los propios actores políticos, quizás el mantenimiento de Lasso en funciones resulta la mejor estrategia de cara a posicionar a sus cuadros, los que tienen y los que triunfaron en las seccionales, y así encarar de forma más eficiente el siguiente proceso de elección presidencial y de renovación total de la Asamblea Nacional.
De hecho, las agrupaciones políticas deberían pensar en la posibilidad de fortalecerse más desde la oposición a Lasso antes que desde el caos de la inestabilidad, pues en dicho escenario es más probable el surgimiento de un outsider que eche al traste sus aspiraciones.
Desde luego, todo lo dicho pierde sentido si el interés real es gobernar indirectamente durante dos años a partir de la extorsión y el intercambio de apoyo por espacios de poder y prebendas. Sobre esas prácticas algunos tienen sobrada experiencia.