Lo invisible de las ciudades
A rescatar a los ríos de Quito y Guayaquil
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Los cambios climáticos que estamos presenciando a escala mundial se vuelven más y más preocupantes. Muchos se dejan sorprender por aquellos eventos climáticos de alto impacto, como tornados, huracanes e incendios forestales. A mí, en contraparte, me preocupan esos cambios que ocurren de manera más silenciosa, pero permanente.
Hace pocos días, se dio la alarmante noticia que Venezuela es el primer país en el mundo, que ha perdido la totalidad de sus glaciares. De pasar eso en nuestro país, veríamos comprometido nuestro abastecimiento de agua, en gran parte del territorio nacional. Toda la cuenca baja del Guayas se convertiría en una red de esteros enorme. Algo similar les pasaría a las cuencas del Chone y del Esmeraldas. Los afluentes andinos de estos se convertirían en quebradas secas. La costa se vería obligada a desalinizar agua; mientras que la sierra entraría en un escenario incierto.
En YouTube se puede ver el documental “La Vida de un Río”, que relata el nacimiento del río Pita y su evolución, hasta convertirse en el río Esmeraldas. Resulta interesante notar lo que el ciudadano promedio desconoce de su geografía circundante. Me incluyo en dicha afirmación.
Tal como se explica en dicho documental, Cuenca es la única ciudad que cuida de manera decente a sus ríos. En contraparte, Quito y Guayaquil -por circunstancias diferentes- tienen los dos ríos más contaminados del Ecuador.
Quito puede contar con el privilegio de ver nacer un río en sus inmediaciones; y sin embargo, hace todo lo posible por negar su presencia. De sur a norte, el Machángara es encajonado en varios segmentos, para darle preferencia a la infraestructura vial de la ciudad. Luego, cuando este desciende del valle de Quito, para juntarse con el río San Pedro, se convierte en una presencia hedionda y no deseada. Los quiteños no queremos ver lo que le hemos hecho al Machángara. Actuamos de manera contraria a lo que dicta el sentido común. En lugar de rescatarlo, lo escondemos. Imaginen lo que sería un Quito integrado a su río, con aguas descontaminadas y con paseos peatonales verdes a su alrededor. Afortunadamente, ya hay personas pensando en esto, dentro de la USFQ; trabajando de manera conjunta con otras instituciones y colectivos sociales y culturales de la capital.
En contraparte, Guayaquil comparte la culpa de lo ocurrido al Guayas con todas las plantaciones agrícolas y poblaciones colindantes al Daule y al Babahoyo. Las crónicas de la ciudad hablan de que en las aguas del Guayas se encontraban lagartos y cazones. Ahora, cuando uno rema en sus turbias aguas, se ven botellas de plástico, zapatos y demás desperdicios. En alguna ocasión, mientras hacía Kayak, pude ver un sofá flotando a medias, mientras lo arrastraba la corriente. Y lo peor es lo que no se ve. Deshechos humanos y agroquímicos son parte de la gran sopa lodosa que es el Guayas de nuestros días.
Ya es hora de pensar en recuperar nuestros ríos. Los casos del Machángara y Guayas deben resolverse con plantas de tratamiento, pero con distintas estrategias.
- En Quito se debe pensar en una serie de plantas de tratamiento para los ríos Machángara y Monjas, que permitan rescatar sus aguas y depurar así los ríos que se integran a la cuenca del Esmeraldas.
- En contraparte, con el Guayas se debe pensar en una red de plantas de tratamiento, que no solo trabajen en el puerto principal, sino en las poblaciones que se encuentran río arriba.
La clase política suele creer, que un sistema de aguas servidas no da votos, porque no son obras palpables, como vías y carreteras. Quizá sea tiempo de mostrarles que no hay nada más evidente y deseable, que unos ríos descontaminados e integrados a las ciudades, para el disfrute de sus habitantes.