Tablilla de cera
'La vida de un río' y otras tragedias líquidas
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Hermoso y trágico es el documental 'La vida de un río', dirigido y fotografiado por Jorge Juan Anhalzer y Naia Andrade Hoeneisen.
El documental está en YouTube desde el 26 de abril y fue visto por 29.000 personas en los primeros seis días. Se desarrolla con un lenguaje visual espectacular, como nos tiene acostumbrados Anhalzer, pero en él descubrimos también la calidad de Andrade, quien es bióloga y fotógrafa. Los dos nos entregan tomas desde el legendario ultraligero de Jorge Juan, pero además con drones, cámaras al hombro, al ras del suelo y dentro del agua.
Es el propio Anhalzer —¡su barba entrecana le hace tan parecido a su padre, el recordado Jorge!—, quien narra la película con una deliciosa habla campesina quiteña, llena de quichuismos y localismos.
Como que de la vida de una persona se tratase, el documental cuenta el nacimiento, la niñez, la juventud, la entrada en la edad madura y la vejez del curso de agua que se denomina Mudadero en sus inicios, en los deshielos del Sincholagua y del Cotopaxi, Pita después, San Pedro luego, Guayllabamba más abajo y finalmente Esmeraldas, nombre con el que recorre buena parte de la planicie costera hasta desembocar en el Pacífico.
Pero su historia es trágica: a pesar de que el río dota de abundante agua límpida a las ciudades de Sangolquí y Quito, estas lo contaminan de una manera despiadada con las aguas servidas y basura que arrojan en él desde que empieza a atravesar el valle de Los Chillos y con las descargas del Machángara y el Monjas, cloacas de Quito, pavorosamente contaminadas, además, con minerales, químicos, aceites, plásticos y más basura.
Y, como si eso fuera poco, en la última década, llegan al río por su afluente, el Chiche, los lixiviados de toda la basura que se recoge en Quito, mal manejados por la EMGIRS en el relleno sanitario de El Inga.
El Guayllabamba que, hasta hace unas décadas, lograba oxigenarse por sí mismo y bajar más recuperado hacia la Costa, hoy ha perdido la batalla y desciende muerto, fétido y contaminado a punto de que, cuando abren las compuertas de la hedionda represa del proyecto hidroeléctrico Manduryacu, esas aguas causan mortandad en la vegetación y la vida del cauce inferior.
Por eso, a pesar de estar Esmeraldas 300 kilómetros más abajo de Quito, tampoco sus habitantes se bañan en el inmenso y calmo río que llega a su ciudad. “Es muy cochino”, declara un joven al que entrevista Anhalzer.
Ahora, frente a este panorama desolador, hay una increíble noticia: este río podría resucitar. La terrible contaminación que soporta este curso de agua podría revertirse en un plazo de 10 a 15 años si se tratasen las aguas servidas del Quito Metropolitano.
Así lo declara en el documental la mayor autoridad en el tema: la Dra. Andrea Encalada, ecóloga ecuatoriana con más de 30 años de experiencia en el estudio y conservación de los ríos y los organismos que viven en ellos. Andrea estudió su licenciatura en la PUCE y su Ph.D. en la universidad de Cornell en EE. UU. y actualmente es vicerrectora de la USFQ.
Pero lo trágico es que, hoy por hoy, no existe ningún proyecto para afrontar el problema de las aguas servidas de Quito. Incluso el plan de construir las piscinas de oxidación de Quito en la hacienda Vindobona fue archivado por la municipalidad y la empresa de agua y alcantarillado.
Pero ya antes se cometió un crimen contra Quito cuando en 2009 se abandonó el proyecto que venía desarrollando con eficiencia la Corporación de Salud Ambiental 'Vida para Quito', bajo la dirección de Andrés Vallejo en la alcaldía de Paco Moncayo.
Ese proyecto avanzó en la construcción de interceptores, tanto en el Machángara como en el Monjas, de manera que las aguas servidas no se descargasen en el río, sino en el colector, para ser llevadas a plantas de tratamiento intermedias. Los interceptores y colectores buscaban también separar las aguas lluvias de las aguas servidas, pues el sistema de alcantarillado con el que cuenta Quito las mezcla.
Recuérdese que el proyecto de rehabilitación del Machángara incluyó la eliminación de botaderos de basura, la construcción de hermosos espacios verdes a lo largo del río e incluso, en el tramo Cardenal de la Torre, la adecuación de la antigua fábrica “La Industrial” para el Museo Interactivo de Ciencias, que se inauguró en 2008.
Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Con mucha irresponsabilidad, en la malhadada alcaldía de Augusto Barrera se suspendió de golpe la construcción de los interceptores, que estaban por terminarse (de los 18 en los que se había dividido el proyecto, estaban construidos 13) y se llegó al extremo de bajar del portal de compras públicas la licitación para la construcción de los cinco últimos tramos (desde Caupicho hasta El Trébol) que ya estaban licitados.
Más tarde, con bombos y platillos, se anunció que, en cambio, se haría la gran planta de tratamiento en Vindobona. ¿Y qué sucedió? Que no se hizo ni lo uno ni lo otro y hoy, 15 años después, los interceptores, que ya se extendían por decenas de kilómetros, estarán destruidos e inservibles.
Es obligación del municipio de Quito replantearse el problema del agua como primera prioridad de la ciudad: su abastecimiento, su uso, su tratamiento y su descarga son absolutamente vitales para la capital, y la otra ejemplar EMAP no solo que hoy tiene enrevesadas sus siglas EPMAPS, sino que tiene enrevesada su ética y debilitada su eficiencia.
Pero lo que se busca no es imposible. Como lo muestra la película de Anhalzer y Andrade, Cuenca resolvió hace tiempo el problema y mantiene limpios a sus emblemáticos cuatro ríos, con sus piscinas de oxidación.
En efecto, la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Ucubamba se construyó en la primera fase de ejecución de los Plantes Maestros, entre 1994 y 2000, y ya son más de dos décadas que Cuenca tiene un complejo con lagunas aireadas y de maduración que cubren 45 y permiten tratar hasta 2,5 metros cúbicos por segundo, para devolver aguas limpias a los ríos que conforman el Paute.
Ya sabemos que el problema del agua no es solo del Ecuador: Latinoamérica entera está enfrentando un período prolongado de acontecimientos extremos, ásperas sequías y torrentosas inundaciones, que han llevado a racionamientos de agua y de energía eléctrica.
James Bosworth del Latin America Risk Report hizo la semana pasada un recuento de estos problemas y opina que la región necesita resolver las crisis de escasez de agua, producto del Fenómeno de El Niño y del propio cambio climático. Incluso si el resto del mundo se comprometiera a cero emisiones el día de mañana, dice, la creciente urbanización y demanda de energía seguiría presionando a la oferta de agua en la región.
Entre los problemas que recoge están: las restricciones que ha debido imponer el gobierno al paso de buques por el Canal de Panamá, con serias consecuencias para el comercio mundial; los racionamientos de agua potable en Bogotá por los bajísimos niveles de sus reservorios; los apagones en el Ecuador, debido a la sequía y a la suspensión de la venta de energía desde Colombia (solucionado en parte desde la fecha de aquel artículo).
Los racionamientos de electricidad en Venezuela, en parte por la sequía y en parte por la ineficiencia del Gobierno, que dejó de reparar los sistemas hidroeléctricos del embalse del Guri; la sequía de varios años en la Amazonía brasileña; la paradoja de Paraguay, que tiene una cosecha récord de soya y no puede exportarla por los bajos niveles de agua en el río; la sequía en el norte de Chile que ya dura casi una década, mientras hay expertos que pronostican que partes de ese país se quedarán sin una sola gota de agua para 2040.
Y, por fin, el hecho de que Ciudad de México anda cada vez más cerca de tener que tomar medidas de racionamiento de agua potable por la baja en el caudal de los suministros.
Habría que añadir a dicha enumeración de Bosworth, las lluvias torrenciales en el estado brasileño de Río Grande do Sul que causaron en estos días las peores inundaciones en 80 años, con serias afectaciones a Porto Alegre, y un saldo de al menos 90 muertos, 130 desaparecidos y 120.000 desplazados.
Y lo que nuestro propio país está viviendo, con aluviones, como el de este fin de semana en la Cuenca-Molleturo-El Empalme, crecientes e inundaciones.
Cada año que pasa, el mundo rompe récords de temperatura y ya se sabe que 2024 será el año más caliente de la historia, de nuevo a causa de El Niño y el cambio climático.
Si los Gobiernos nacionales y locales y los ciudadanos no hacemos nuestra parte, primero, en el ahorro del agua (los habitantes de Quito, por ejemplo, consumimos bastante más agua per cápita que numerosas ciudades del mundo, por un desperdicio irresponsable del líquido vital) y, segundo, en eliminar la contaminación, seguiremos alimentando estos ciclos extremos de inundaciones y sequías que estamos padeciendo este año.