Efecto Mariposa
Los ricos están más ricos y los pobres más pobres
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
Actualizada:
Según el informe 'La ley del más rico', publicado por Oxfam Internacional, después de la pandemia, en América Latina hay más billonarios y cada vez están más ricos. En el otro extremo, las personas pobres cada vez tienen menos plata y también crecen en número.
Con respecto al grupo que salió favorecido económicamente por la pandemia, se conoce que, entre marzo de 2020 y noviembre de 2022, la riqueza de los milmillonarios creció un 21% y, actualmente, entre todos acumulan USD 398.200 millones.
También los billonarios crecieron en número y ahora son 91, antes eran 61; es decir, durante la pandemia emergieron 30 milmillonarios. Según el informe mencionado, la riqueza de los nuevos billonarios suma USD 66.100 millones, y crece a un ritmo de USD 68 millones por día.
Sobre las áreas de actuación de los milmillonarios, estas están relacionadas con los sectores de: salud, alimentación, finanzas, minería, entretenimiento y energía.
En el lado de los infortunados están los 201 millones de personas que viven en la región en condiciones de pobreza (32,1% de la población latinoamericana), de los cuales 82 millones viven en pobreza extrema (13,1%).
Analizando en términos generales las consecuencias económicas disparejas de la pandemia, se puede concluir que las brechas existentes aumentaron, y los avances en términos de la reducción de la desigualdad económica registrados la década pasada se diluyeron.
Es verdad que América Latina tiene una larga tradición de desigualdad y pobreza, lo cual podría interpretarse en que ya deberíamos estar acostumbrados, y cruzar los dedos para estar en el lado de los que, aunque no sean millonarios, no están tan mal.
Sin embargo, saber que la desigualdad económica está aumentando en la región es una pésima noticia para todos.
Aunque hay argumentos de diversa índole para reducir la desigualdad, voy a mencionar el que concentra los mayores acuerdos: la desigualdad excesiva exacerba los conflictos sociales y políticos, poniendo en riesgo la democracia, la paz social, la economía. Y esto, a la larga, perjudica a todos, a ricos, clase media y pobres.
Solo para recordar, en América Latina ha habido varios estallidos sociales en las últimas décadas que, en gran medida, han sido impulsados por la desigualdad económica y la exclusión social.
Algunas de las protestas y manifestaciones más notables que sucedieron en periodos más recientes son:
- Argentina (2001).
- Brasil (2013).
- Venezuela (2014 – 2018).
- Ecuador (2019, 2022).
- Bolivia (2019).
- Chile (2019).
- Colombia (2021 y 2022).
Entonces, ¿qué se podría hacer para reducir la desigualdad económica?
Cuando comenzó la pandemia, algunos especialistas sugerían que esta podría ser una oportunidad para disminuir las brechas, argumentando que eventos extremos, tales como pandemias y guerras, pueden producir rupturas institucionales, impulsadas por aquellos que están en las bases y por la buena voluntad de las élites para atender sus demandas.
Lo anterior, en términos reales, se traduce en procesos redistributivos con la consecuente reducción de la desigualdad.
Con todo, en América Latina parece que esto no será posible (todavía). La estructura tributaria de nuestros países está orientada a gravar menos a los grupos de ingresos altos, y esto explica la baja capacidad redistributiva de la región.
Una muestra de esta situación es que 17 de los billonarios, que mencioné al inicio de este artículo, viven en países en los que no se aplica ningún impuesto a las herencias, donaciones o sucesiones.
Así, la única opción viable para reducir la desigualdad económica latinoamericana es que los gobiernos implementen políticas públicas redistributivas, presionados o apoyados por la población.
Que la gente se organice, tampoco parece tarea fácil. A continuación, menciono los grupos que podrían tomar la batuta para impulsar reformas redistributivas.
Primero, se esperaría que las personas pobres demanden procesos redistributivos, no obstante, el comportamiento de las personas de baja renta de la región es heterogéneo, y no todos están a favor de disminuir las brechas entre ricos y pobres.
Por ejemplo, quienes esperan mejorar su situación económica en el futuro no apoyarán medidas redistributivas, puesto que serían ellos mismos quienes tendrían que pagar más tributos en el futuro.
De todas formas, este punto podría cambiar, si se considera que a raíz de la pandemia podría haber una pausa del proceso de mejoramiento de las condiciones económicas de las personas, dejándolas menos optimistas con respecto a su futuro, y animándolas a demandar cambios sociales.
En el caso de que esto sucediera, hay que tomar en cuenta que el peso político de las personas pobres puede ser irrisorio a la hora de generar transformaciones sociales profundas.
Su éxito, en buena medida, dependerá del soporte de la clase media, que los apoyará solo si su distancia frente a la clase pobre no es abismal, y si este último grupo es empático con las personas que viven en entornos socioeconómicos desfavorecidos.
Este parece ser un punto a favor de la reivindicación de medidas de redistribución, pues después de la pandemia, la clase media también empeoró su situación económica.
Las políticas redistributivas podrían tener apoyo dependiendo de cómo se distribuyan los ganadores y perdedores y de qué tan efectivas se perciban las políticas y sus administradores.
Si es la clase media la que debe pagar por un proceso de reducción de las desigualdades, como casi siempre ha sucedido, lo único que se logrará es dividir a la población.
Por último, la clase trabajadora también podría impulsar reformas sociales, a pesar de que podría estar fragmentada porque las aspiraciones de los trabajadores formales e informales podrían ser distintas.
De todas maneras, en América Latina no hay polarización en la clase trabajadora, en cuanto a las preferencias de políticas sociales y, en general, no tiene grandes expectativas sobre la redistribución, pues la clase trabajadora aspira a que todos tengan un empleo adecuado.
De esta manera, el panorama social de América Latina parece estar en manos de la población. Si esta exige que disminuyan las distancias entre ricos y pobres, los próximos años serán de estallidos sociales.
Si los latinoamericanos deciden esperar la buena voluntad de los gobernantes, reinará una tensa calma que acabará cuando la paciencia de la población más golpeada por la pandemia se agote.