De la Vida Real
La Ribera, un lugar que no juzga y en el que florece el apoyo
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Antes de salir puse el Waze. La idea era no perderme. La Ribera queda en el valle de Los Chillos, en Sangolquí, pero igual me perdí y llegué tarde.
Una vez en mi destino, vi a una chica, de unos 15 años, con un niño en brazos.
-"Buenos días, ¿va a entrar para dejar abierta la puerta?", me preguntó.
-"Sí, solo tengo que retirar un paquete", respondí.
Al entrar a la casa nos desinfectaron. La chica siguió hacia el comedor donde estaban unas 12 madres jóvenes con niños chiquitos. Yo me quedé en el corredor esperando que viniera Carolina Reed, quien me iba que entregar esos libros que le pedí que me prestara.
Esperar no va conmigo, así que decidí observar y escuchar desde lejos. Estuve tan entretenida que me quería meter en la conversación. No me atreví. Me mantuve callada y discreta, oyendo con atención lo que decían esas madres.
-Mi hija no come nada, el doctor me dijo que le dé nomás el seno.
-El mío, vuelta, come todo lo que le pongan al frente.
-Yo ya quiero que la mía duerma sola...
Mientras los temas saltaban al azar, los consejos y las experiencias también llegaban sin orden. Las mamás siempre queremos compartir lo que nos funciona y lo que no. Nos encanta hablar en idioma maternal. Creo que es una forma de no sentirnos tan perdidas en nuestra labor.
Miré el jardín de La Ribera, sus gradas de piedra y sus canales de recolección de agua. Miré sus árboles viejos. Hay arupos, jacarandás, aguacates, todos perfectamente cuidados y sembrados por quien fue su propietario, Alfredo Jijón Melo, un hombre prodigioso y un ginecólogo que, como parte de su amor a la vida, amaba las plantas y practicaba la jardinería.
Ahora La Ribera es una fundación que apoya a chicas de escasos recursos que son madres o están embarazadas. El proyecto arrancó en octubre de 2019. Las chicas tienen su programa de apoyo de forma individual.
Todo iba muy bien hasta que llegó la pandemia. Pero la labor de la fundación no podía parar. Se organizó una campaña para recolectar computadoras y a cada muchacha le instalaron una en su casa con un plan de Internet.
Las jóvenes madres se comprometieron a continuar con el programa y se adaptaron a la nueva realidad, con talleres y soporte emocional vía Zoom y WhatsApp, lo cual las motivó para que siguieran estudiando en sus colegios. La meta era que seis chicas se graduaran en julio y el objetivo se cumplió: seis obtuvieron su título de bachiller y tres de ellas entraron a la universidad.
Aunque solo fui a retirar unos libros, me sumergí en esta historia de apoyo social. No solo por la efectividad del programa, sino por el lugar.
Todo luce estructurado, organizado, impecable, alegre. Hay una sala de computación y un cuarto con nueve cunas para que los bebés hagan su siesta. Junto a este, una sala de estimulación temprana.
Pensaron en todo: por los cuidados de bioseguridad no se utiliza ni el diez por ciento de la capacidad del lugar. "Hay que ir con precaución. Las chicas están vacunadas, pero no nos podemos arriesgar a un solo contagio de covid-19", dice Carolina Reed, directora del Programa Alfredo Jijón.
Nos quedamos en gran conversa y me invitaron a comer una empanada. Se siente que entre las chicas hay amistad. Se apoyan mutuamente. Carolina me explica que cada una de las integrantes del programa tiene una historia distinta, con hijos de diferentes edades, pero todas dispuestas a continuar con su vida.
La maternidad no es un pretexto para que la mujer se estanque en lo profesional. Y, para lograrlo, primero hay trabajar en su autoestima.
"Las chicas quieren estar juntas en una comunidad de madres, donde nadie las juzgue. Aquí trabajamos la salud física y emocional; en proporcionar a cada una autonomía en educación, empleo y emprendimiento. Les damos las herramientas necesarias para que sepan detectar cuando hay abuso", me dice Carolina.
Sobre un gran ventanal están colgados los retratos de dos médicos ejemplares: Alfredo Jijón Melo y su hijo Alfredo Jijón Letort. Ellos, como su mejor legado, hicieron que la maternidad fuera la continuidad de la vida. Y para mí es un momento de gran nostalgia y reflexión: el uno me ayudó a nacer y el otro a mis tres hijos.
Ahora, en los pasillos de esta casa de vigas azules y enormes ventanales que permiten contemplar el parque, corren jóvenes madres detrás de sus hijos, se oyen sus risas y se respira calma.
Fui solo a retirar unos libros, y salí, en pleno sol, empapada de ternura, alegría y optimismo.