En sus Marcas Listos Fuego
¿Rey o Ley?
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Ríos de sangre, acumulación de cabezas, hogueras infinitas, hedor de piel quemada, gritos difuminados en el tiempo. Ese es el precio histórico que pagó la humanidad para oxidar las guillotinas.
Me explico mejor: el Tercer Mundo parece olvidado en el tiempo y no alcanzado aún por la ola expansiva de la Revolución Francesa. Desde la democracia ateniense, la República romana, la revolución intelectual de la Ilustración hasta la confrontación ideológica de Locke y Montesquieu, el mundo estuvo gobernado por una sola máxima contra la que la humanidad batalló: el Rey sobre la Ley.
Es decir, era el Rey quien, pese a las posturas filosóficas de todos los tiempos, decidía qué era ley, cuándo se aplicaba la ley, a quién se aplicaba la ley.
La historia de la humanidad es la historia de un mundo sin reglas claras, donde el puño del poder administraba justicia sin contrapesos. ¿Qué era delito? Lo que el rey decía que era delito en el momento que le daban antojos de que fuera delito.
La sangre derramada logró, hace 232 años, iniciar por fin el trayecto del cambio que impuso una nueva máxima: la Ley sobre el Rey. Hoy nuestros gobernantes están amurallados por la norma y sometidos por el poder de los jueces.
Pero esta idea, tan utópica y a veces tan distópica, le ha costado ríos de lágrimas a Ecuador. Nuestras constituciones han sido claras: la separación de poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) es la regla clara, clara para la tinta, clara para el papel, legible para los letrados, pero incomprensible para los reyes.
Nuestro país amazónico, cuenta la historia de gobernantes de bigote o de camisa bordada que han gobernado con su propia máxima: 'el poder judicial es un poder independiente, pero es mi poder'.
Y así, el sistema de justicia, independiente sólo en la letra muerta, ha pertenecido y sigue perteneciendo a quienes, cuales reinas sanguinarias, posan para la cámara con su banda presidencial.
¿Queremos un país perdido en los confines de la historia? La respuesta le pertenece a partir de ahora a Guillermo Lasso, a quien le dejo estos cuatro consejos para caminar hacia el Primer Mundo:
- Vetar los proyectos de ley que atenten contra los DD.HH. aunque comulguen con su credo personal.
- Prohibir a su brazo jurídico presidencial pronunciarse o incidir en las decisiones que resulten incómodas al poder.
- Comprender que un juez de primer nivel, que decide sobre el homicidio más común, es igual de poderoso que el Presidente.
- Incrementar en el Presupuesto General del Estado el porcentaje destinado a la justicia, pues ha de entender que un pueblo bien alimentado, pero sin justicia, no es más que un cúmulo de cadáveres hinchados y henchidos de muerte.