El Chef de la Política
Revitalizar el tejido social: la alternativa para un mejor 2024
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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La evaluación de 2023 es lapidaria y no deja espacio a mayores dudas: el país se cae a pedazos entre la corrupción, la inserción galopante de recursos ilícitos en la vida pública y la desestructuración de la poquísima institucionalidad que se tuvo hasta hace unas pocas décadas.
Ante el diagnóstico descrito hay que buscar las causas del estado actual del país y al mismo tiempo las salidas en el mediano y largo plazo. Ahí surge el primer acuerdo al que debemos tender como sociedad: frente a un cuadro clínico como el evidenciado, las soluciones no son inmediatas. Si deseamos salir de la postración se necesita al menos una década de trabajo constante, orientado en el mismo rumbo y con premisas claras.
Otro punto de debate tiene que ver con las fuerzas que pueden promover los grandes cambios. Si se observa sin apasionamientos la forma cómo se ha manejado la gestión pública del país durante décadas, resulta claro que, a los actores políticos, independientemente de sus orientaciones ideológicas o intereses específicos, no les conviene provocar un remezón en las estructuras del Estado. Por tanto, por ahí hay pocas o nulas esperanzas.
En ese escenario, la alternativa es la acción ciudadana. Allí radica, de hecho, el segundo acuerdo nacional: a este país se lo saca del pantano con la gente y no con los políticos. Aunque allí la tarea es ardua y conlleva una serie de desafíos a los que no resulta fácil enfrentar, al momento no se ve otra fuente de revitalización de la vida política, económica y social.
Lo dicho no implica dejar de lado la idea de la representación política ni el afianzamiento del postulado de que la vitalidad de los procesos electorales refleja de forma clara la salud del régimen democrático. No se trata, por tanto, de aupar posiciones abiertamente totalitarias o aquellas que tras la máscara de las urnas esconden prácticas abiertamente despóticas, como las que se ven día a día en Nicaragua. Los dos acuerdos señalados buscan, por el contrario, tratar de dar una tónica distinta a la vida pública a partir de una ciudadanía vigorosa, deseosa de salvar lo poco que queda en buen estado y con el ímpetu para cambiar lo que está corroído, que es la mayor parte de las aristas de la vida pública, desafortunadamente.
En ese intento, la capacidad de asociación ciudadana es decisiva pues, en lo de fondo, operar de forma individual es mucho más difícil que hacerlo en cooperación con otros. Esa declaración, que parece a todas luces una obviedad, en realidad deja de serlo cuando colocamos algunos de los rasgos que distinguen a la acción cívica a la que me refiero.
De un lado, no se trata de organizarse bajo la tutela del aparato estatal ni tampoco con fines electorales. Dicho de otra forma, la esencia de la fuerza social que puede sacar al Ecuador del fango está en la espontaneidad y en la renuncia a demandar recursos al Estado. No hay que asociarse para pedir sino para hacer. No hay que juntarse entre profesionales, artesanos, estudiantes, trabajadores informales y demás para buscar candidaturas o protagonismos en las próximas elecciones.
En uno y otro error han caído buena parte de quienes inicialmente tuvieron intenciones genuinas de cambio, pero que rápidamente sucumbieron en la tentación de la lucha proselitista. La política no se hace solo desde los cargos públicos, se la ejecuta también (y creo que de forma más eficiente) desde lo cotidiano. Desde ese espacio en el que somos capaces de planificar y ejecutar. Fácil de decir, difícil de realizar. Es cierto.
Es difícil plantear la asociación ciudadana, pues, requiere constancia, artefactos culturales eficaces (como el teatro y las artes escénicas en general) y la presencia de dos elementos decisivos: pluralidad e igualitarismo. Que respetemos y toleremos la palabra argumentada del otro y que nos asumamos como iguales en términos de sujetos sociales.
Ahí la clave para evitar que el país se vaya aún más de las manos. En esas dos ideas, las ideas de la Polis de la que habla Amparo Menéndez-Carrión y que la sociedad uruguaya, con idas y vueltas, ha sido un ejemplo regional, son la base de la ciudadanía que requerimos. Nuevamente, es difícil de conseguir, pero más difícil aún será esperar a que los actores políticos decidan propiciar un cambio.
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En este 2024 el intento por revitalizar la sociedad ecuatoriana debería ser el punto de atención de gremios, sindicatos, organizaciones de diverso nivel, universidades, medios de comunicación y un amplísimo etcétera. Si no lo hacemos, si dejamos que la vida política siga transcurriendo bajo miradas pasivas de la ciudadanía, pronto, muy pronto, estaremos en una situación tal en la que emigrar, para los que puedan, será la única alternativa.
Para los que ni siquiera pueden pensar en eso, la opción será convivir en un espacio territorial (no en un Estado) que en nada se diferenciará de los episodios de violencia y desestructuración ya vividos en Centroamérica y en varias regiones del África.