El Chef de la Política
Separar la religión de la política: una conquista que no llegó a Quito
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
Actualizada:
Una de las conquistas de la modernidad, aunque en realidad fue el gran Nicolás Maquiavelo quien puso las primeras ideas sobre el tema, fue la separación de las cuestiones que corresponden a la religión respecto a las que son tarea de la política.
En otras palabras, el avance de la civilización occidental consistió en distinguir entre lo sacro, destinado a la reflexión interna de las personas, de aquello que es profano, como la administración de lo que llamamos Estado-Nación.
Esta distinción, no obstante, hay que valorarla en su real dimensión. No se trata de una negación del credo de las personas, por el contrario, lo que se busca en la Edad Moderna es dotar a esas creencias de las suficientes garantías estatales para que sean profesadas y desarrolladas en el contexto de la esfera privada.
Por tanto, en la esfera privada cualquier búsqueda espiritual hace parte de la intimidad, de aquello que está excluido del escrutinio público.
La esfera de lo privado es, como decía la gran teórica de la política, Hannah Arendt, aquel espacio en el que lo que se hace no busca el reconocimiento de nadie. En la esfera de lo privado, dicho de otra forma, no se busca ser visto ni escuchado.
La bondad o la ayuda al más necesitado son, por ejemplo, dos valores cristianos -y de otras religiones- que se constituyen como tales si y solo si se hacen de manera discreta, sin exposición, de forma anónima.
Tratadas bajo esos parámetros, la bondad o el apoyo al prójimo no solo adquieren su sentido de religar lo humano con lo divino, sino que constituyen, en esencia, un acto de transmutación.
En sentido contrario, cuando al acto de beneficencia o filantropía se vincula la difusión de la identidad de quienes lo propician, se deja la esfera de lo privado y se pasa a aquella de lo social, de lo público. Ahí, en ese momento, la crítica debe ser asumida como tal.
La inauguración del sistema de transporte público del Metro de Quito es un buen ejemplo de que la distinción entre la religión y la política de Maquiavelo nunca llegó a rondar las oficinas de la Alcaldía.
También aquí hay un excelente caso de estudio en torno a que la idea de la esfera de lo privado, la de Hanna Arendt, tampoco fue siquiera olfateada en los recovecos administrativos de esta aldea andina.
Acá, con mucha pompa y despliegue mediático, se ha dado inicio a la cuasi operación del Metro de Quito con la bendición de las instalaciones y del personal operativo por parte del representante de una de las iglesias que acaparan fieles por estos lares.
Digo una de las iglesias porque, efectivamente, allí ya existe una discriminación respecto al resto de creencias de la ciudadanía. Allí, en ese acto, visto desde la polis ciudadana, la Alcaldía de Quito ha sido excluyente con todos los que no se declaran católicos romanos.
Pero lo dicho no se queda en lo mencionado, grave de por sí, sino que da cuenta de que la Iglesia Católica es parte activa de la vida pública de Quito.
En la ciudad que se dice capital de un país, la distinción entre la administración de las arcas de todos y las creencias religiosas, simplemente no existe.
No se trata solo de un acto puramente simbólico, como seguramente será la defensa de los organizadores del evento.
Por el contrario, por ser simbólico, lo ocurrido en la inauguración del Metro de Quito es mucho más determinante, influyente y sobre todo decidor de la concepción que tienen nuestras autoridades sobre la administración del Estado y el vínculo que mantienen con el mundo de la religión y, en este caso específico, con la Iglesia Católica.
Queda demostrado, y aquí queda comprobado, como dice la canción del Grupo Niche, que en la alguna vez preclara capital del país, seguimos en la Edad Media.
El pecado y el delito son lo mismo y la sanción se da por igual arriba y abajo, sin distinción alguna.
Tristemente, el Municipio de Quito ha dado una muestra más, siguiendo el comportamiento de una larga fila de autoridades que le antecedieron, de que no se ha comprendido aún los alcances y límites de la vida pública.
El Municipio de Quito ha dado una muestra de que la religión no se encuentra en la esfera de lo privado, en aquella porción de la actividad humana que rehúye al reconocimiento. En aquel segmento de hechos que se resisten a ser vistos u observados por otros.