De la Vida Real
Relajo: no entiendo qué diablos pasa con los sueltos y los vueltos
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Volviendo a la vida normal, me he dado cuenta de que algo pasa con los vueltos. Nadie tiene. Trato de llevar siempre monedas para comprarles a los vendedores ambulantes. Ellos todo lo venden con cifras cerradas: un dólar el choclo, un dólar de manzanas, habas, tomates, limones, duraznos, cebolla.
Es la cosa más cómoda del mundo, comprar en el trayecto. Esto evita tener que entrar al supermercado. Los que no me agradan mucho son los limpia parabrisas, pero a veces les doy cualquier moneda que tengo por ahí a cambio de un corazón pintado con agua y espuma.
Lo que pasa con la escasez de sueltos, según mi lógica, es que la gente que trabaja en la calle se está quedando todas las monedas que existen, porque ahora que alguien te dé vuelto es un milagro.
Me acuerdo que mi abuela, cuando la vida era en sucres, me mandaba a la tienda. Me repetía: “Chiquita, pero que te entreguen bien el vuelto. No aceptarás caramelos”. Yo regresaba con media funda de claritas. Mi abuelita se ponía bravísima. Creo que a este paso vamos a volver a la modalidad de aceptar dulces a cambio de nuestro vuelto.
El otro día se dañó mi auto. Llamé a la mecánica, y dijeron que ya me mandaban una wincha. Luego de media hora, llegó la wincha. No tenía ni un centavo en efectivo, así que les dije que les iba a pagar con transferencia. El chofer aceptó, pero el rato de hacer el pago salió “error en la transacción”. El valor a cancelar era de USD 37.
Volé a un cajero y saqué USD 50. Para ir a la mecánica, agarré un taxi. Resulta que la carrera costó USD 2,50. Muy agradecida con el taxista, le pagué con un billete USD 10. El señor se puso bravísimo y dijo que no tenía vuelto. Me puse más brava y le dije que no tenía sueltos. A ver quién gana.
De una mala gana, fuimos a una gasolinera a cambiar el billete, y nos dieron dos billetes de USD 5. Ya nadaf, me resigné a perder. Hasta hacer el cálculo mental de cuanto era mi pérdida económica, ya el taxista se fue feliz sin darme vuelto, y yo me quedé un poco desconcertada.
Le encontré al señor de la wincha y le pagué con dos billetes de USD 20. Me dijo: “Vea, veci, no tengo”. Y yo le dije: “Tampoco tengo sueltos”. No quería gastar mi único billete de USD 5, que están en peligro de extinción.
“Y ahora, ¿quién nos podrá dar “descambiando” el billete?”, me preguntó. Le mandó al guardia a la tienda, quien a los tres minutos regresó con el billete de USD 10 intacto. Muerta de las iras, saqué mis cinco dólares y le entregué los USD 35.
El winchero bravísimo me respondió: “No me sale, veci. ¿No ve que eran USD 37?” Respiré profundo. “Pero usted es el que debería tener los sueltos, no yo”, le respondí.
“Vea, seño, deme los USD 40 y quedamos tablas”. Me agarró en bajada y sin frenos. Me pareció la mejor solución. Le di los USD 40 al señor, se fue y me puse a pensar en que volví a perder. Me sentí tan tonta, tan estafada.
Pero bueno, debía ir a ver cómo estaba mi carro. El mecánico me entregó el informe. Batería y cambio de aceites. Costo total: USD 111,68. Volé a otro cajero a sacar más plata. Este cajero decía que solo daba múltiplos de 20.
Le pregunté al guardia que qué significaba eso. Yo quería sacar 130.
“Seño, usted ponga 120 o 140 o 160, y la máquina le da. Si pone 110, 130, no le da. ¿Sí me entiende?” Asentí con la cabeza como haciendo un afirmativo sin entender la lógica.
El cajero me dio USD 140. Volví al taller y pagué USD 120. La señorita de la caja me dijo: “Vea, linda, no tengo sueltos. ¿No tendrá los USD 111,68?”.
Respiré profundo y le dije:
-Si tuviera lo justo, pagaría lo justo. No soy tan muda. Pero no tengo nada más.
-¿Y ahora? Hágame una transferencia. No sea malita, me dijo.
Volví a respirar profundo. Hice la transferencia exitosamente. Subí al auto y me acordé de que en el bolsillo de mi pantalón tenía los USD 5 que cambiamos con el taxista, y que el winchero rechazó. Bajé el vidrio en el semáforo y compré mandarinas, choclos, habas, mangos, cebollas y limones.
Estoy absolutamente segura de que si iba al supermercado o a una tienda y pagaba, no iban a tener vuelto, y mi paciencia iba a estallar.
El que limpia los parabrisas hizo el clásico corazón y me dijo: “Me da otro día, niña”. Y me sacó una sonrisa.