Una Habitación Propia
Rehenes
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
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Ser ecuatoriano es ser rehén.
Los rehenes son esas personas que, despojadas de toda libertad, independencia y poder de decisión, acatan las órdenes explícitas o tácitas de sus captores. Ser rehén, digo, es estar a merced de otros.
En este país somos rehenes de la delincuencia. No hay actividad en nuestras vidas -arquitectónica, de ocio, de trabajo, de moda, de transporte, por mencionar unas cuantas- que no esté supeditada a evitar que nos roben, secuestren, violen o todo lo anterior.
Las horas que dedicamos a cuidar que no nos roben lo que con esfuerzo hemos conseguido son casi iguales a las que dedicamos a trabajar. Ese es nuestro otro trabajo: no ser robados.
Pocos o ninguno lograremos atravesar una vida sin fracasar en ese esfuerzo. A todos nos tocará.
Somos rehenes de la violencia, del temer diario a los ladrones, de la pérdida de la paz, ese otro tipo de robo. Nuestras vidas no son exactamente nuestras vidas.
La mafia también nos tiene secuestrados. No tenemos posibilidad de exigir justicia ni de denunciar con voz fuerte y clara a asesinos, a corruptos y a delincuentes. Ellos nos tienen atadas las manos y los pies y nos han puesto la mordaza del temor, la única cien por ciento eficiente: callamos para que no nos maten.
La mafia también nos tiene secuestrados. No tenemos posibilidad de exigir justicia.
Los secuestradores saben perfectamente cómo meternos miedo para que nunca intentemos huir. Saben el efecto que tiene ajusticiar a los que se van de la lengua, que desafían las reglas del juego.
Callar o morir.
En esta mazmorra llamada país, miles de nosotros lloramos el asesinato ejemplificante de nuestros compañeros. Gente que se metió con los poderosos captores e intento decir lo que tantos callan: que ellos nos han robado hasta la posibilidad de soñar.
En este sótano mal llamado democracia, la policía, los jueces, el poder político miran hacia otro lado porque o son captores o son rehenes. No hay otra opción.
En la jungla de nuestro país o eres el que come o eres el comido.
La política ecuatoriana es un cartel sanguinario.
La gran mayoría de nosotros, rehenes con sed de justicia, nos tragamos las lágrimas de ira por el país secuestrado y gritamos en donde podemos que hasta cuándo. Las paredes blindadas de la corrupción atrapan nuestras voces y nos las devuelven.
No hay nada qué hacer.
Y, mientras tanto, asistimos a la pantomima de unas elecciones pagadas por nuestros bolsillos que son más bien un cambio de mando de los secuestradores: bajan unos y los otros se quedan arriba, monitoreando.
La ciudadanía, pobres prisioneros, pondremos un voto en un papel para representar el teatrillo de que tenemos derechos cuando en verdad todos sabemos que el único derecho que tiene el ecuatoriano es el de permanecer en silencio.
Hoy duele ser de aquí.
Hoy lloraría hasta quedarme ronca por todos nosotros.