En sus Marcas Listos Fuego
¿Rehabilitación para perversos? No jodan
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Defender derechos humanos no es contrario a evitar la impunidad. Esa colisión sólo se genera cuando los activistas hablan desde la emoción y no desde la razón.
Por eso les traigo un análisis frío, sin sensiblerías, sobre aquella rehabilitación tan romantizada por aquellos defensores de utopías que de administración de justicia y criminología saben lo mismo que Freddy Ehlers de administración pública: creen que abrazando árboles regenerarán la naturaleza.
Empecemos por algo básico: usted, que me lee, si por X o Y razón se va a la cárcel, mientras lo trasladan en un patrullero, va poco a poco perdiendo el control de los esfínteres, ¿cierto?
Sí, usted, como yo, le tiene terror a la cárcel, porque sabe que es el infierno bíblico, la máxima representación de miseria y sufrimiento construido por la mano humana.
¿Pero se ha puesto a pensar que los perversos (los sicarios, los narcos, los secuestradores, los vacunadores, etc.) no piensan ni sienten como usted o yo?
Lo explico: mientras para usted y para mí la cárcel sería una tragedia más grande que el sida, para los perversos es parte de su ciclo vital (en gran parte porque su personalidad está soldada de hambre, de abandono, entre caldos de cultivo de dengue, entre la ausencia absoluta de educación pública; pero ya está, son como son).
Así como usted sabe que irá a la universidad, que tendrá hijos, que tendrá nietos, que tendrá un trabajo, que comprará una casa con hipoteca, que viajará, que será líder sindicalista, que tendrá una fundación, o cualquier cosa que proyecte para su vida, por su parte el perverso-criminal sabe con certeza que la cárcel forma parte de su paso por la vida.
Voy más allá: muchas veces la vida dentro de una cárcel, para un criminal perverso, es mucho más placentera, relajada, hasta salubremente hablando, que su vida afuera.
Por ello urge entender que cuando hablamos de “no más impunidad”, cuando exigimos cárcel para los asesinos y secuestradores, en realidad, no les estamos mandando a un purgatorio, sino a un centro de operaciones de la criminalidad, con techo, agua y comida gratis.
Y si no le temen a la cárcel, ¿por qué evitarían ir a ella? Si la cárcel es lo que esperan y hasta muchas veces desean, ¿por qué seguimos creyendo que los castigamos y que hacemos justicia cuando los encerramos? La prevención general (tanto positiva como negativa) perdió vigencia en Ecuador para los casos de perversidades.
Pero el problema no radica ahí, sino en lo que los obnubilados creen que el fin de la pena es rehabilitar (sí, así dice nuestra elegante y paradisiaca Constitución).
Miren, científicamente hablando, los perversos no son rehabilitables en prisiones. Ni aquí ni en Finlandia.
Pero déjenme ir más allá, si fuesen rehabilitables, entonces cada vez que alguien es reincidente, el Estado nos estafa, porque si alguien ya cumplió su pena y delinque otra vez, es el Estado el que falló al rehabilitarlo.
Por su parte, ninguna cárcel ecuatoriana tiene un plan de rehabilitación, ni siquiera para los que son rehabilitables, sino que, los que tenían esperanza de cambiar y aprender de sus errores, terminan haciendo todo, lo que sea, para sobrevivir.
Entonces, ¿cómo funciona la vida en prisión? Como una innegable universidad del crimen. Perfeccionan sus técnicas, reclutan nuevos sicarios, comandan la criminalidad del exterior y desde adentro colocan al Estado de rodillas.
Lo que voy a decir es fuerte, sí, pero más fuertes son los funerales de las víctimas de la rehabilitación fallida y soñada. Prefiero hablar claro y no mirar hacia otro lado cuando tengo frente a mí familias destruidas por el crimen.
¿En toda la historia de Latinoamérica, ha funcionado la rehabilitación como fin de la pena? No. Si nunca ha funcionado, si solo es tinta muerta en una ley, ¿por qué seguimos suspirando por ella?
Tenemos que repensar el fin de la pena, borrar ese descerebrado nombre de “Centros de Rehabilitación Social” y empezar a enfrentar la realidad con eficacia, eficiencia, lejos de la nebulosa teórica.
Quizá el fin de la pena, por ahora, debería ser lo que la Teoría de la Pena denomina prevención especial negativa, es decir, el encierro del perverso y punto.
Pero claro, como el perverso encerrado tiene derechos (gracias a que el eje central es la rehabilitación), tiene derecho a asociarse (a reunirse con su pandilla); derecho a estar comunicado (para dar órdenes de ejecuciones masivas), a expresarse, etc.
¿No va siendo hora de matar los simbolismos estériles y enfrentar la realidad con el cerebro?
¿Cómo se deben tratar los casos específicos de perversidades-criminales? Así: cadena perpetua, celdas unipersonales, incomunicación definitiva con el interior y el exterior, derecho a salud y alimentación.
Es decir, prevención especial negativa pura y dura: la extirpación del perverso de la sociedad y su aislamiento definitivo; y claro, debe haber separación de aquellos casos donde los condenados no son perversos, sino ciudadanos enfrentados con la ley.
De nada sirve encerrar a alguien si desde adentro puede seguir delinquiendo. De nada sirve liberar a quien cumple la pena si no es rehabilitable, pues va a regresar a la cárcel una y otra vez, pero solo después de haber cegado decenas de nuevas vidas.
De nada sirve seguir pretendiendo que el grifo que genera ríos de sangre inocente se cierra con poesía.
Las soluciones deben ser institucionalizadas, férreas, frontales, regladas. Pero las reglas no pueden seguir siendo redactadas por pusilánimes que ven el mundo desde la comodidad de un escritorio y desde el idealismo de la teoría. Yo soy académico, pero llega un punto en el cual debo enfrentarme con la realidad y aceptar que la realidad superó a la teoría. Y al toro se lo toma por los cuernos, no se le masajea las criadillas.
El debido proceso deberá seguir imperando, para todos los casos, hasta para los perversos, como bandera de justicia. La inocencia tendrá que seguir siendo esa presunción inherente a todo aquel que nació humano, pero la respuesta a los perversos, una vez desvirtuada, bajo la luz del Derecho, su inocencia, tendrá que ser contundente: reacción y solución radical, extirpación e incomunicación definitiva.
Y obvio, que paralelamente la inversión en educación deberá crecer todos los años, para garantizar menos delincuencia, pues la extirpación termina siendo la medida desesperada, no la solución para tener un mejor país.
No digo que esta sea la única solución, sino que la solución radica en poner estos temas sobre la mesa para debatirlos técnicamente (desde las ciencias médicas y sociales y no desde las pasiones). ¿Qué opinan si empezamos a debatirlas?
¿Qué tal si ponemos los pies sobre el suelo, miramos a nuestro alrededor, entendemos que a la realidad se la enfrenta con técnicas adecuadas para la realidad y por fin nos cansamos de seguir cargando con rehabilitación general como copias piratas de Sísifo?