Rebelión estudiantil: de Vietnam a Gaza
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Aquí y en la quebrada del ají, los estudiantes universitarios suelen ser un termómetro bastante sensible de los conflictos sociales y políticos. Hoy, en EE UU, mirando día tras día la matanza indiscriminada de palestinos, en su mayoría mujeres y niños, que Netanyahu y su gobierno de ultraderecha ejecutan en Gaza con el apoyo militar de EE UU, lo criticable sería que no hubieran reaccionado como lo hicieron en los años 60 contra la guerra de Vietnam.
Pero lo que entonces era una clara agresión imperial de EE UU contra el lejano pueblo vietnamita en nombre de la lucha contra el comunismo, hoy es un asunto más confuso pues los roles han cambiado: el Gobierno y el ejército de las víctimas del genocidio nazi se han convertido en victimarios.
Sí, hubo la brutal provocación de Hamas y la toma de rehenes, y existe la permanente amenaza de Irán, pero eso no justifica semejante matanza de civiles indefensos, a quienes se les restringe hasta la entrada de agua y alimentos. Por ello, las protestas estudiantiles inflaman cada vez más universidades exigiendo el cese del apoyo norteamericano y un alto al fuego inmediato.
Los críticos de la movilización estudiantil la tildan de antisemita y exigen reprimirla con mano dura, empezando por Trump y los republicanos, quienes se aprovechan de la situación para acusar de debilidad a Biden a pesar de que la represión policial va en aumento.
Por supuesto que los brotes antisemitas son cuestionables, como es cuestionable la islamofobia y toda muestra de racismo, pero en estas acampadas (que ya se extienden a México y Europa) participan también estudiantes judíos progresistas pues el objetivo es recuperar la paz, no atacar al pueblo de Israel, donde viven dos millones de árabes.
Además, el establishment recurre al manido argumento de los agitadores externos, que los hay obviamente, pero no explican ni agotan el fenómeno pues el principal agitador internacional es el corrupto Benjamín Netanyahu, quien, antes de la guerra, ya era rechazado en las calles de su país por la mitad de la población y ahora utiliza los bombardeos para fortalecer su imagen y evadir a la justicia que lo está esperando.
En los años 60 el ambiente era distinto pues se estaba viviendo algo mucho más amplio que el rechazo a la guerra de Vietnam: era una rebelión cultural que apuntaba contra las taras del capitalismo monopólico y la naciente sociedad de consumo. El propósito era cambiar el mundo, ni más ni menos.
Eso lo descubrí cuando, en enero del 68, recién salido del colegio, fui a dar al centro máximo de la agitación: el San Francisco State College. Tal como ahora, ese año había elecciones presidenciales y miles de jóvenes acudieron a la convención demócrata en Chicago a respaldar a Eugene McCarthy, pero fueron brutalmente reprimidos por el alcalde Dayle, demócrata si mal no recuerdo. Poco antes había sido asesinado Robert Kennedy. El resultado de todo fue la victoria del republicano Nixon y el recrudecimiento de la ofensiva en Vietnam.
Ahora, por coincidencia, también la convención demócrata tendrá lugar en Chicago, donde será ratificado Biden, quien está perdiendo cantidades de votos juveniles, latinos y de otras minorías. Y tal como van las cosas, es muy probable que pierda ante Trump, que continúa su tarea de demolición de la democracia norteamericana, tarea en la que es respaldado por su amigo Putin.
En cualquier caso, hay un principio general: tan indignantes e injustificables eran los bombardeos con napalm sobre Vietnam como son ahora los misiles rusos contra la población civil de Ucrania y los bombardeos de Israel que arrasan Gaza. Toda masacre es inaceptable y punto.