La lucha por la presa
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La patética peregrinación de la estatua de bronce llamada 'La lucha eterna' refleja nuestra crónica inestabilidad y la incapacidad de respetar leyes, monumentos, instituciones y fechas históricas.
Pero también es una muestra de la irresponsabilidad del Municipio capitalino que a veces encabeza los atropellos a la ciudad, como cuando derrocó su propio palacio municipal en los años 60 y lo reemplazó con esa mole de cemento que afea la plaza de la Independencia.
Por esa misma época se arrancó a 'La lucha eterna' de su pedestal del parque de El Ejido y se la colocó en la esquina de Gran Colombia y Yaguachi, para adornar los alrededores del Palacio Legislativo cuando este no funcionaba pues vivíamos en dictadura.
Regalo de algunos aristócratas ecuatorianos residentes en Francia, la escultura de E.E. Peynot había sido colocada originalmente en el naciente parque 24 de Mayo, no lejos del sitio donde una turba de fanáticos quemara a Eloy Alfaro y sus lugartenientes diez años atrás.
Allí la conocí de niño, cuando cruzaba el parque con mi tío Rafo, a quién pregunté qué representaban esos dos hombres desnudos sobre un dragón. Dijo con una sonrisa pícara que los quiteños la habían bautizado como: "Soriano y Valdano buscándose el ano".
El apodo apuntaba a ciertos escándalos del tercer velasquismo, que serían retratados en 'El pueblo soy yo' de Pedro Jorge novela que gira alrededor de la vida de Velasco Ibarra, quien fuera derrocado en cuatro de sus cinco presidencias, luego de haber dado cuatro autogolpes de Estado, dos de ellos fugaces.
Cuando la capital se expandió hacia el norte, no se les ocurrió mejor idea a los munícipes que trasladar la escultura al redondel ubicado en el cruce de la avenida República con la Eloy Alfaro, donde construyeron una pila de tres niveles.
Fue sin duda su ubicación más vistosa, pero cuando los planificadores de tránsito borraron el redondel, la escultura retornó al parque de Mayo, no al pedestal original –que permaneció largos años desolado en medio de los árboles–, sino detrás de la puerta tallada en piedra de La Circasiana, que había sido traída de la mansión de don Jacinto Jijón y Caamaño.
¿Hallaría finalmente la paz en tan discreto refugio? En cualquier otra capital respetuosa de sus monumentos y sus instituciones, quizás; no en la voluble Quito, cuyo principal deporte consiste en desplazar estatuas y tumbar presidentes.
Así, al igual que Velasco Ibarra, 'La lucha eterna' también sufrió su cuarto derrocamiento y fue a parar, momentáneamente, en el Centro Cultural Metropolitano, a tiro de piedra de Carondelet. El pretexto ahora fue una exhibición de arte sobre Quito.
Igual política migratoria sufrieron el bronce del arzobispo González Suárez y las focas y la mujer desnuda de esa pila extrañamente llamada 'La insidia', que también anduvieron vagabundeando por la ciudad.
El gran historiador recaló (hasta nueva orden) en una chusca placita del Centro Histórico, mientras la pila de las focas, obra del maestro Antonio Salgado, que manaba agua en la Doce de Octubre, fue expoliada: se robaron tres focas y los restos reposan en alguna bodega municipal.
Que cada lector extraiga sus propias conclusiones. En cualquier caso, mirando la obsesión por el poder y la fama de los líderes golpistas, cabe preguntarse cuánto tiempo resta para que González Suárez sea reemplazado por una estatua fulgurante de Rafael Correa Delgado.
O para que, antorcha en mano, Leonidas Iza ordene que, junto con el busto de Isabel La Católica, se funda el bronce de 'La lucha eterna' por ser una obra alienante del imperialismo cultural francés, adquirida por miembros de la aristocracia terrateniente que vivía de la explotación de los indios.
Para más inri, eso de "la lucha eterna entre el bien y el mal" es una etiqueta posterior pues la obra original, que el mismo Peynot tallara en mármol en 1888, se llama 'La presa', es más pequeña y se exhibe en un museo de Francia.
Quizás "La lucha por la presa" sea un nombre que refleje mejor a la política nacional.