Lo invisible de las ciudades
Entre la plaza y el parque
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Quedarse en Quito durante el feriado de Carnaval ofrece diversos escenarios. Mientras gran parte de esta estuvo desolada, otros sitios sirvieron para la concentración de quienes se quedaron a pasar el Carnaval en casa.
Quienes no se fueron de viaje a otras partes, y optaron por actividades recreativas y deportivas, se congregaron en los parques; al tiempo que aquellos que buscaban algo más social y cultural -y en esto incluyo el juego del carnaval- se encontraron predominantemente en las plazas del centro histórico.
Cierto es que esta separación de actividades no es tan categórica como suena. Hubo juegos de carnaval en la Carolina; y muchos ciclistas pasan a través del centro, durante el ciclopaseo del domingo.
Sin embargo, creo que esta afirmación sí se sustenta en una tendencia predominante. Un contraste mayor ocurre durante el feriado de Semana Santa. Lo recreacional se queda en los parques; y lo religioso -de manera mucho más exclusiva- en las plazas del centro.
Queda claro entonces, que las diferencias entre plazas y parques no sólo son cuestiones de escala. También cumplen propósitos distintos.
El parque, tal cual como lo entendemos hoy, comienza a concebirse a mediados del siglo XIX, en Estados Unidos; que, a diferencia de Europa, no pudo utilizar como pulmones urbanos a los enormes espacios verdes que las monarquías usaban para entretenerse.
Frederick Law Olmsted fue el gran monstruo generador de parques en la unión americana. Comenzó con el Central Park y el Prospect Park de Nueva York; y terminó con propuestas mucho más complejas, como el “Collar de Esmeraldas” de Boston.
Por su parte, la plaza tiene un carácter mucho más universal; y nos ha acompañado desde tiempos inmemorables. Para muchos antropólogos, su origen está en nuestros tiempos prehistóricos; cuando nos organizábamos en tribus y definíamos un espacio central, donde cumplir con rituales y ceremonias de día, y poder reunirnos para contar historias alrededor del fuego, en la noche.
Llama la atención notar, cómo la plaza ha estado presente en casi todas las culturas. Es como si estuviera guardada en nuestro código genético.
La plaza es descendiente de un linaje exclusivo. El ágora de los griegos y el foro de los romanos están entre sus antepasados. Su definición actual se comienza a fraguar durante el renacimiento italiano. Ahí se definió la relación entre su extensión y la altura de los edificios colindantes que la definen.
En ella se siguen llevando a cabo eventos que tienen relevancia social y cultural. En nuestro caso, ello incluye el cambio de guardia de los Granaderos de Tarqui, el inicio y el final de la procesión del Señor del Gran Poder y hasta el reunirse de manera mundana a jugar con agua, huevos y espuma de carnaval.
No por nada, nuestros compatriotas en Nueva York escogieron la cabecera norte del Flushing Meadows-Corona Park para reunirse a jugar carnaval. Aunque siendo parte de un parque, tiene algunas de las características de una plaza.
Y sí, las crónicas narraron lo ocurrido como una salvajada, pero es nuestra salvajada; y toma un carácter mucho más relevante cuando pasa de la calle a la plaza, o a un espacio equivalente. Irónicamente, muchos de los que acá califican aquel hecho como vergonzoso, sueñan con ir a España y participar en la famosa Tomatina.
Si algo nos quedó debiendo el Quito moderno del siglo pasado es más plazas. Parques y plazas no son lo mismo, por más que en Guayaquil dichas palabras se usen como sinónimos.
Los parques sirven para que no nos alejemos tanto de la naturaleza, pero no suplen el valor social de las plazas. Quizá sea ese monopolio de plazas que tiene el Centro Histórico de Quito lo que aún lo mantiene con vida.