Una Habitación Propia
¿Quién puede matar a un ruiseñor?
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Verano.
Hay pocas palabras tan felices. Los deditos de los pies se mueven dentro de chanclas de colores, las bicicletas vuelven a tocar sus timbres como campanillas, los helados de agua manchan las quijadas de los niños y de los no tan niños, vuelven a salir los bolsos de rayas, las pelotas plásticas, los flotadores color rosa flamenco, las toallas con dibujos de rayos de sol, el olor a coco de los bronceadores.
Los que fueron alumnos, ya libres, se convierten en nadadores estilo mariposa, jugadores de fútbol, bailarinas de TikTok, aventureros, constructores de castillos de arena, paseadores de perros acalorados.
Verano.
Este verano, diecinueve niños y niñas, en Texas, Estados Unidos, no se probarán los trajes de baño a ver si todavía les quedan bien, no irán a la heladería con sus abuelos, no se darán el primer chapuzón gritando de frío y alegría como pajaritos cuando empieza a hacer calor.
Esos niños y esas niñas fueron tiroteados en su escuela. Eran los últimos días de clase antes de las vacaciones de verano y ese mismo día habían recibido diplomas por sus calificaciones y su comportamiento.
Los habían aplaudido. Ese mismo día. El día de su muerte.
Casi todos tenían nombres y apellidos latinoamericanos. Pienso en esos padres y madres, gente que -quizás- salió de su país para buscarle a esos chiquitos una vida más amplia, más libre, más próspera. Lejana a la violencia de la mayoría de nuestros países.
El sueño americano.
Uziyah García, Amerie Joe Garza, Xavier López, José Flores, Tess Marie Mata, Rogelio Torres, Lexi Rubio, Ellie García, Elihana Cruz, Navaeh Bravo, Anabell Rodríguez, Jackie Cazares, Jayce Luévanos, Jaila Nicole Silguero, Makenna Lee Elrod, Maite Rodríguez, Alithia Ramírez y las profesoras Irma García y Eva Mireles fueron asesinados por un chico de dieciocho años que les disparó con armas de guerra.
En apenas media hora de fuego abierto cayeron como ruiseñores abatidos los niñitos, las niñitas y las maestras que los educaban.
Las piscinas vacías, las bicis silenciosas, los columpios inmóviles, las fotos de pequeños sonrientes que ya no se harán mayores, no darán su primer beso, no se graduarán, no tendrán hijos.
El verano más triste del mundo.
En Estados Unidos han muerto más civiles inocentes -niños, adolescentes y adultos- que soldados en la guerra. Las reflexiones sobre los porqués se las dejo a gente más experta que yo: que si la libertad para comprar armas, que si la violencia de los videojuegos, que si el nulo acceso a la atención mental, que si el egoísmo, que si el capitalismo, que si la soledad, que si la exigencia enfermiza de triunfar.
Yo sé una cosa: los chicos estadounidenses agarran rifles de asalto y van a las escuelas a matar inocentes.
Una de mis mejores amigas de la vida emigró a Estados Unidos hace veinte años. Es profesora y tiene una hija preciosa de trece años. Ayer hablamos. Estaba devastada. Pudo haber sido ella, pudo haber sido su niña.
Aún pueden serlo.
¿Cómo se vive así?, le pregunto.
No sé, me responde.
Al ser ecuatorianas, ambas sabemos que el peligro de la delincuencia, de las balas perdidas, de los secuestros es algo con lo que en nuestro país vivimos desde siempre, pero esto, este horror, es otra cosa.
Un muchacho armado hasta las trancas entra a la escuela de tu hijo o hija y empieza a disparar sin ton ni son, sin motivo, sin conciencia ninguna.
No quiere robar cosas: quiere destruir vidas.
Diecinueve niños y sus dos profesoras ya no vivirán otro verano. Los pájaros de sus risas se han callado para siempre y el dolor de estar en este mundo de mierda cada día se hace más pesado.
Esto pasa una vez y otra vez y otra vez.
De nada sirven ahora las plegarias, las velas, los minutos de silencio ni la música triste mientras transmiten las fotos de los niñitos y las niñitas sonrientes en la televisión.
Están muertos, los niños están muertos, y los políticos siguen debatiendo sobre la tenencia de armas.