El indiscreto encanto de la política
Si queremos buenos candidatos, necesitamos mejores partidos
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Los partidos políticos son los intermediarios entre los ciudadanos y el gobierno: recogen las demandas de la sociedad para, una vez en el poder, establecer políticas públicas de acuerdo con su ideología. En este sentido, los partidos deberían ser instituciones sólidas que gocen de una saludable confianza ciudadana.
En Ecuador, las organizaciones políticas en promedio registran una aceptación popular inferior al 10%, situación que dificulta que los ciudadanos comprendan que -bajo cualquier circunstancia- no hay democracia sin partidos.
Durante esta elección, a más de uno le quedó el sinsabor de que primero existe un aspirante al poder y, luego, una organización que lo auspicie.
Varios casos evidenciaron cómo cada interesado se encargó de crear, negociar, alquilar o hasta comprar una organización política para que le sirviera como vehículo para canalizar sus intenciones electorales.
En Ecuador, las organizaciones políticas en promedio registran una aceptación popular inferior al 10%.
Estas desafortunadas improvisaciones -recurrentes en nuestro país desde hace buen tiempo- explican el porqué de nuestra carencia de organizaciones políticas con bases ideológicas y programáticas que puedan, a lo largo del tiempo, construir identidad y conexión con el electorado.
La falta de sintonía de los partidos con la ciudadanía, sumada al desgaste antes mencionado, crea el escenario propicio para que emerjan populistas, outsiders o candidatos autoetiquetados como apolíticos o antipartidos, que poco aportan a fortalecer la calidad de nuestra democracia.
En el corto plazo, está en manos de la próxima Asamblea reformar el Código de la Democracia para establecer mejoras en las reglas para la creación y participación de las organizaciones políticas.
El primer acto de corrupción es aceptar un cargo público para el que no se está preparado.
Por una parte, se debería exigir a los partidos que mantengan una militancia real y una estructura organizacional mínima; y no solo una carpeta de firmas de supuestos adherentes que jamás han pisado la sede del partido.
Una militancia activa, que asuma roles, responsabilidades y participe en las decisiones de la organización, motivará la generación de subestructuras (frentes, filiales, clubes, etcétera) que dotarán de mejores cimientos y de futuros cuadros a la institución principal.
Solo con el poder algo más distribuido entre los miembros, podremos aspirar a contar con procesos de elecciones internas reales, que enseñen a los futuros políticos a entender y valorar la democracia desde el inicio de su carrera.
Por otra parte, es indispensable promover que las organizaciones políticas mantengan procesos permanentes de formación política; no únicamente dirigidos a sus miembros y candidatos, sino también para la ciudadanía.
Las democracias que mejor funcionan cuentan con unos pocos partidos fuertes, que alternan ordenadamente el poder, con ideologías moderadas que respetan objetivos y proyectos a largo plazo.
Pero, sobre todo, estas democracias cuentan partidos que ofrecen sus mejores cuadros en cada elección, pues tienen muy presente que el primer acto de corrupción es aceptar un cargo público para el que no se está preparado.