El indiscreto encanto de la política
Nos quejamos de la xenofobia, pero la aplicamos en nuestro país
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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En 1825, el escritor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, pionero de la novela latinoamericana, en su obra 'Conversaciones del Payo y el Sacristán', plantea una serie de preguntas que, casi doscientos años después, todavía parecieran estar vigentes: "¿Por qué no han de ser ciudadanos todos los extranjeros? ¿No es el hombre ciudadano del mundo? ¿Pues para qué son esas distinciones odiosas?"
Las respuestas a estas interrogantes se plasman en otro texto del mismo autor, llamado 'Constitución de una República imaginaria'. El primer artículo de esta suerte de carta magna reza: "son ciudadanos todos los hombres que sean útiles de cualquier modo a la República, sean de la nación que fuesen".
Al leer estas líneas, evocadas en el efervescente ambiente sociopolítico del México de la postindependencia, parecería que fueron inspiradas en nuestro tiempo y nuestra realidad social.
Ante el desafortunado debut televisivo de La Posta, no han faltado quienes descalifican la actuación de Anderson Boscán, no únicamente por el contenido o formato de su programa, sino también por su nacionalidad.
En la misma semana, una estudiante universitaria de Quito presentó en las redes su incomodidad frente al servicio recibido en un almacén de ropa, igualmente haciendo hincapié en la nacionalidad del dependiente. En ambos episodios, fue usado de forma peyorativa el término "venezolano".
Estos dos sucesos trascendieron en las redes sociales. Pero no es menos cierto que, en las conversaciones cotidianas, escuchamos cómo se habla de construir muros para evitar el ingreso de más inmigrantes, de endurecer leyes para deportar a las personas o hasta de condenar nacionalidades para fortalecer la seguridad.
Lo paradójico es que, como ecuatorianos, siempre hemos condenado este tipo de ideas y de conductas discriminatorias cuando hemos estado del otro lado, ya sea en Europa o Estados Unidos.
En este sentido, comentarios incómodos y recurrentes como los antes descritos, por su animosidad, construyen posicionamientos y conceptos negativos en torno al residente extranjero. Incluso, en ciertos casos, calan con tanta profundidad que han llegado a derivar en actos xenófobos o racistas.
Lamentablemente, poco se hace por difundir el aporte positivo de la inmigración y hasta pasa inadvertido el enriquecimiento cultural que trae el hecho de recibir personas procedentes de otras naciones, a partir de promover la tolerancia y el respeto a formas diferentes de vida.
En respuesta a los continuos esfuerzos de integraciones regionales, más bien se han acentuado los nacionalismos intolerantes.
¿Por qué no han de ser ciudadanos todos los extranjeros? ¿No es el hombre ciudadano del mundo? Las preguntas de Lizardi siguen aún muy vigentes.