Firmas
¿Qué hacemos con el arte de los malos?
Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.
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Hemos visto multiplicarse las acciones de repudio muy bien merecidas en contra de delincuentes sentenciados por actos como violación, pedofilia, violencia intrafamiliar. Y vemos similares acciones contra gente denunciada y con procesos de investigación en trámite.
Pero resulta que algunos de esos acusados son artistas. Cineastas, escritores, actores, cantantes. Y el repudio ha pasado de la persona a sus obras.
¿Es esto correcto, justo, exagerado?¿Es coherente o es inconexo? No hay una respuesta fácil cuando tratamos de salirnos de la primaria reacción visceral.
Hace unos días leí una entrevista al grandísimo actor John Malkovich.
El entrevistador le pregunta: “Usted ha tenido un asiento de primera fila para ver una de las consecuencias del #MeToo en Hollywood. Participó en una película hecha por Louis C.K., I love you, daddy, que fue sentenciada antes de nacer cuando saltó el escándalo sobre él. ¿Qué le pareció?”
Malcovich respondió: "La película nació. Es encantadora. Está terminada. Funcionó muy bien en el Festival de Toronto. Me da pena por la película. Se supone que Caravaggio mató a una persona. ¿Deberíamos quemar sus cuadros? Es complicado".
La entrevista fue publicada en el diario El País de España el 17 de febrero de 2020.
“Me da pena POR LA PELÍCULA”. El ejercicio de separar el arte del sujeto es acaso un acto de valentía y es, sin duda, un intento por repartir los sentimientos a donde merecen ir.
En 1895 la moral y la legislación inglesas condenaban la homosexualidad. El divino Óscar Wilde fue sentenciado a dos años de trabajos forzados y sus obras fueron condenadas junto con él. En ese entonces ese castigo doble parecía lo adecuado.
Hoy somos personas que entendemos que ninguno de esos castigos son ni remotamente aceptables. Pero creo que, gracias a la perspectiva del tiempo y los hechos a la luz de la experiencia, este ejemplo es válido para hacer el esfuerzo de separar el arte de su creador para no caer en un acto innecesario de castigo hacia las creaciones.
¿Fue correcto que Borges perdiera el Nobel por haber dado declaraciones favorables a Pinochet? Miren que García Márquez no lo perdió pese a ser íntimo amigo de Fidel Castro.
¿Cuánto tiene que ver la contaminación ideológica, también, al momento de juzgar el arte en un solo núcleo con el artista? La contaminación ideológica también debe obligarnos a sospechar de nuestras reacciones.
Cuando el asunto te importa es para volverse loco. Personalmente, no consigo olvidarme las escenas de Miguel Bosé cantando con Patiño y Correa. Pero escucho “Solo sí”, me quedo en la canción y vuelvo a sus discos viejos para entrar en la atemporalidad de las cosas que vuelan más lejos que quienes las hicieron.
Una obra de arte es el trabajo de alguien. Así como salvar gente en peligro es el trabajo de un bombero. Si usted está atrapada en un incendio y llega a salvarle uno de ellos, pero cuya foto apareció en el periódico del día anterior acusado por violencia doméstica, ¿rechazaría su ayuda?
La comparación no es azarosa: hemos leído hasta la saciedad que el arte salva al ser humano y es cierto. ¿Vamos a renunciar a sus significados por culpa de las personalidades delictiva de algunos de sus hacedores? ¿Qué trascenderá con magia de Woody Allen, sus películas o su persona?
Vamos, yo no puedo tirar a la basura mis libros de Vargas Llosa, pese a que él disfruta tanto de las corridas de toros como yo las rechazo.
Y dejo constancia de que no me pongo de tótem, si algunos de ustedes supieran lo que he hecho, pedirían fervorosamente (¿con razón?) a PRIMICIAS que no me publique nunca más, y otros de ustedes –que me repugnan- me defenderían.
Sin duda será necesario, para algunos, que yo aclare que no estoy haciendo un llamado a perdonar, ni a justificar ningún delito cometido por nadie.
Estoy hablando de obras de arte del cine, de la literatura, de la pintura, de la música. Expresiones tangibles, materiales, que viven por sí solas, que lo han hecho durante siglos algunas de ellas independientemente de quién las plasmó.
Aprovecho para rozar a la pasada otras obras no tan de arte, pero que son el trabajo de alguien. ¿Tienen algún valor las redes de ecuavoley, los juguetes de madera, las hamacas tejidas que se producen en algunas cárceles del país? O deberían ser quemados todos esos productos, junto a las fotos de los delincuentes sentenciados (o no todavía) que los fabrican en sus encierros?
Vuelvo al arte. ¿Le lanzamos un kilo de virus mortal a la memoria de Miguel Ángel por aceptar trabajar para el papa Sixto IV (no tan cabrón como algunos de sus colegas, pero igual de impresentable) y, de paso, derrocamos los techos cubiertos con sus frescos tan famosos?
No hay certeza de casi nada en la vida, salvo trabajar para mejorar nuestras probabilidades. Para este asunto tampoco hay una respuesta matemática, salvo sumergirse intelectualmente en el contexto y la perspectiva, con la mayor cantidad posible de serenidad, para escoger sabiamente a quién o qué arrojaremos a la hoguera.