Lo invisible de las ciudades
Punto muerto: Sobre la Gobernabilidad
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Empecé a escribir sobre asuntos relacionados con la escala urbana y el manejo adecuado de las ciudades hace 12 años. Esos intereses sobre la gran escala aparecieron en mi vida mucho antes que realizara mi maestría en planificación urbana y diseño comunitario. Entiendo a la ciudad como el prisma que muestra los síntomas de muchos de nuestros problemas, tanto como individuos como sociedad.
Ejemplos: hablar de pobreza, sin mencionar a la ciudad es un intento inútil de entender nuestro contexto sudamericano. De igual manera, hablar de negocios, sin referirnos a la ciudad, es un intento estéril de comprender la economía a escala mundial. Es en la ciudad donde se puede constatar cuán efectiva ha sido la educación implementada a escala nacional.
Sabemos ahora, que los asuntos relacionados con la seguridad se plasman en la ciudad como una convergencia de falencias educativas, sociales y económicas.
El manejo de las ciudades se vuelve algo cada vez más prioritario, a medida que la población abandona más los campos y encuentra mejores oportunidades en territorios urbanos. Los interesados en estudiar, investigar y comprender la escala urbana aumentan con el pasar del tiempo. Sin embargo, el urbanista tiene aún que lidiar con un obstáculo que no afecta a los demás campos de la arquitectura. Me refiero a la administración política.
Lamentablemente, todos los estudios que realice un urbanista en el sector público se dan de bruces contra la agenda de aquellos personajes que alcanzan sus cargos a través de la lid política. Mientras el urbanista se entrena en el analizar los males que aquejan a los ciudadanos, el personaje político se entrena de manera empírica para sopesar primero los cálculos proselitistas y luego las necesidades de una comunidad.
En nuestro país, la actividad política se ha venido muy a menos. Pesa más la rivalidad y el revanchismo que el bien común. Los proyectos urbanos se ven alterados o interrumpidos por la agenda de la agrupación a la que pertenezca el político que esté a cargo. Esa distorsión que causa la política posterga soluciones, que se vuelven más urgentes a medida que pasa el tiempo y no se ejecutan.
¡Y ojo! Que este problema no solo viene de parte de los políticos al mando. También estorba en ocasiones la postura de los opositores, que tampoco permiten la materialización de proyectos a favor de la ciudad.
En definitiva, no se puede mejorar la vida de muchos, si los políticos nos imponen siempre sus agendas mezquinas, carentes de una visión integral del territorio y sus habitantes.
¿Hay cómo resolver esto? En otras partes del mundo se opta por separar al cargo de alcalde en dos cargos:
- El alcalde, quien cumple funciones protocolarias, como dirigir el consejo municipal y sesiones de carácter solemne; y
- El “administrador de la ciudad”, a quien le compete el manejo administrativo de la ciudad, de los recursos municipales y del personal que trabaja para el gobierno municipal.
La diferencia entre ellos es que el alcalde es elegido por voto popular, y el administrador de la ciudad es contratado por el alcalde. Me parece que esta división evita que lo político estropee lo administrativo. Es una alternativa vigente e interesante. Seguramente, si buscamos más, encontraremos otras posibilidades, quizá más adecuadas a nuestra forma de ser.
Sin embargo, si aún nos queda algo de cordura como país, deberíamos primero pedirle a la clase política que piense más allá de sus intereses de partido; que sea condescendiente con el votante y que no tenga miedo en reconocer los logros del oponente. Ya hemos intentado en el pasado cambiar las estructuras que nos gobiernan; y lo que queda, ya pasada la novelería, es más burocracia y más trabas para vivir mejor.