Punto de fuga
Quito, un cuento de nunca acabar
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Como soy novata escribiendo ficción, me disculpo de antemano con las eruditas e ilustres autoridades de la Secretaría de Cultura de Quito que leerán este cuento con el que me postulo a su magno festival de microcuentos ‘Cuéntame un PoQuito’, cuyas inscripciones cierran este martes 30 de enero. No prometo estilo, pero sí entusiasmo. Suerte o muerte, ahí va:
Esta es la increíble y triste historia de la cándida Quito y sus alcaldes y concejales y habitantes desalmados —parafraseando a García Márquez, faltaba más—. En fin, que la historia es tristísima y no tiene solo un malvado, sino varios. Lleva años ocurriendo sin que nadie haga nada por detener los feroces atropellos en contra de una ciudad que, francamente, no le ha hecho mal a nadie.
Harapienta y desaseada, la pobre Quito muestra todos sus baches, en cuanta calle tenga. Sin importar que algunos de sus habitantes pagan religiosamente los impuestos prediales y la correspondiente tasa de Contribución Especial de Mejoras (la famosa CEM, que en algunos casos es casi tan alta como el predial). Pero, ¡¡¿quierde las mejoras?!!
Y cuando algún funcionario se acuerda de darle una manito de gato a la ciudad —ya sea por genuina preocupación o porque va a llevar comisión en algún negociado—, lo hace de forma tan descabellada que mejor deberían dejar así nomás.
¿O les parece normal que pavimenten una calle, y a los poquitos meses la vuelvan a romper porque recién ahora decidieron hacer el soterramiento de cables en esa misma zona que estuvo hace poco en obras?
Pero esas son las maldades menores, digamos. Uno de los males que con más saña le es infligido, tanto por malos ciudadanos como por pésimos administradores municipales, es un cáncer que la desfigura, ocasionado por la falta de cumplimiento de las ordenanzas de uso de suelo.
En Quito pueden convivir papas con peras, prostíbulos con jardines de infantes, discotecas/restaurante/cervecería con edificios de vivienda, cárceles con iglesias, y un larguísimo y promiscuo etcétera. Las ordenanzas municipales en esta materia seguramente siguen existiendo pero a nadie, y menos al Municipio, le importa.
En su cinismo infinito, ese mismo Municipio cobra los impuestos correspondientes a zonas residenciales de alta plusvalía, a barrios que han sido asolados por su desidia, descontrol y quién sabe si corrupción (porque los infractores siguen campantes, aceitándole la mano a alguien). Los sufridos vecinos del ahora nada pacífico barrio La Paz, específicamente los de la calle Whymper, pueden dar fe de esto.
Otros malvados de manual, que le hacen la vida a cuadros a la pobrecita Quito, son las decenas de miles de motociclistas desaprensivos que no conformes con invadirla como una plaga incumpliendo todas, o casi todas, las reglas de tránsito la recorren muchas veces en contravía. Sin que a los corruptísimos miembros de la Agencia Metropolitana de Tránsito (AMT) se les mueva un pelo.
Seguramente, muchos de esos motociclistas fueron causantes de un buen porcentaje de los 10 accidentes de tránsito diarios que padeció Quito en 2023. Aunque no son los únicos, porque también están los desalmados al volante que van chateando por celular, maquillándose, comiendo o viendo videos. Y, obviamente, los fast and furious, que a veces van en moto y a veces van en carro.
El rosario de calamidades que le ocurren a la desteñida y rengueante Quito está hecho de la mezquindad e indolencia de los que la habitan y administran (saquean y maltratan quizás sean verbos más adecuados). Lastimosamente, los verdugos son legión —casi tres millones— y Quito es una sola y está indefensa, abandona a su suerte.
Como anticipé, la historia es tristísima, y este es un cuento de nunca acabar, así que podría seguir escribiendo una semana de corrido. Pero como estoy pasadísima de las 150 palabras que impone el concurso hasta aquí llego. Perdonarán el galimatías, pero estaban advertidos. Fin.