Esto no es político
El Presidente al desnudo
Periodista. Conductora del programa político Los Irreverentes y del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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La publicación del New Yorker de esta semana le explotó en la cara al gobierno de Daniel Noboa. Como el buen trabajo periodístico que es, el perfil escrito por John Lee Anderson sobre el presidente de la República, revela mucho sobre quién es nuestro gobernante cuando cree que no lo ven. O que no lo escuchan.
Ni pensando con condescendencia podríamos imaginar que las palabras dichas al periodista estadounidense —conocido por su mirada aguda y su capacidad de diseccionar quirúrgicamente a sus personajes— se deben únicamente a una falta de experiencia política. Claro que hay de eso. Pero hay también, y bastante, de una incomprensión personal de Noboa del cargo que ostenta.
Daniel Noboa es el Presidente de la República y todos lo sabemos. Todos, menos él. Daría la impresión que Noboa no ha terminado de dimensionar lo que significa ser el Primer Mandatario; las implicaciones que su rol tiene sobre las relaciones con otros actores políticos —nacionales e internacionales— y, sobre todo, con la prensa.
En el perfil publicado se revela un personaje deslumbrado por la presencia de un periodista reconocido mundialmente, que lo acompaña durante varios días y que tiene amplio acceso a sus conversaciones y actividades públicas y privadas.
Revela, además, una incomprensión absoluta sobre las razones por las que el periodista lo acompaña: no está ahí como un amigo, como un asesor o como un objeto decorativo; está ahí para encontrar precisamente esos detalles menos evidentes del carácter de Daniel Noboa.
La incapacidad de entender el rol del periodista es la que empuja al Presidente a expresar sin ningún pudor sus opiniones personales sobre otros mandatarios, sobre su esposa, sobre el pueblo argentino, sobre Manabí, y sobre cualquier otra cosa, y todavía imaginar que eso no va a ser publicado. Claro que va a publicarse si ese es exactamente el trabajo de Jon Lee Anderson: publicarlo.
Es inevitable preguntarse cómo un gobierno acepta la presencia de un periodista como Jon Lee Anderson, le da todo el acceso posible, para luego sorprenderse cuando él hace su trabajo como siempre lo ha hecho.
Tenemos que asistir a declaraciones vergonzosas como las que hacen la Secretaria de Comunicación y la Canciller que, una vez más, retratan la tónica paranoica del gobierno — la culpa es de otros, sus enemigos les quieren dañar— en la que difícilmente son capaces de asumir las consecuencias de sus decisiones.
“Las citas se han sacado de contexto (...) ayer en la mañana se habló con varios cancilleres de algunos países y se entendió que el objetivo del artículo era causar daño y romper relaciones que son muy buenas en este momento”, dijo la canciller, Gabriela Sommerfeld, sin sonrojarse.
¿En serio el gobierno pensará que Jon Lee Anderson y el New Yorker tenían como objetivo personal “causar daño y romper las relaciones” entre Ecuador y otros países?
La táctica de desacreditar al periodismo para justificar las deficiencias de un gobierno no es nueva; al contrario, es fundamental cuando un gobierno se niega a verlas y busca silenciar a quienes las exponen. Usualmente, los primeros en hacerlo, son los periodistas por lo que resulta muy tentador silenciarlos o deslegitimarlos.
En la misma línea, Irene Vélez, Secretaria de Comunicación dijo que “las conversaciones que se dieron entre el presidente y el periodista fueron en un tono coloquial, absolutamente coloquial y privado, en ese sentido, cualquier cosa que haya dicho el presidente, especialmente sobre los presidentes, está descontextualizado”.
¿Cómo se descontextualizan expresiones como “snob de izquierda” para referirse a Gustavo Petro, presidente de Colombia; o de “arrogante” a Nayib Bukele, presidente de El Salvador?
No existe un “tono coloquial” cuando un Presidente se refiere a sus pares, mucho menos cuando lo hace frente a un periodista.
Igual de inapropiado es que se refiera a un supuesto intento de atentado ocurrido en su contra, como si de un show se tratase. En lugar de encontrar a un mandatario compartiendo información desde la seriedad del cargo que ostenta, se desnuda un personaje que parece más bien concentrado en alardear de su posición de poder que en medir el peso que tienen sus palabras y el impacto que pueden acarrear para el país que gobierna.
Del supuesto atentado no hay registros en el país. Al ser consultado por varios periodistas, el Ministerio de Defensa dijo que no pueden “afirmar o negar” esa afirmación, la Policía respondió algo similar; que “se van a realizar las coordinaciones pertinentes”, dijo. CNN en Español hizo una búsqueda de algún registro policial que pueda avalar un tiroteo cercano a las fechas que mencionó el mandatario en The New Yorker, pero no lo encontró.
El silencio de las autoridades levanta demasiadas preguntas: ¿realmente existió el supuesto plan para atacar a Noboa? Si existió, ¿por qué eligió hacerlo público como lo hizo? ¿Por qué ni la Policía ni el Ministerio de Defensa han querido entonces aclarar lo ya dicho por el Presidente?
El retrato que se ha revelado del Presidente pone nuevamente bajo la luz los rasgos que deberían preocuparnos al tratarse del hombre que, desde Carondelet, toma decisiones con alto impacto en la vida de los ecuatorianos. La preocupación se ahonda aún más cuando la estructura del estado está al servicio de un mandatario que parece tomarse a la ligera el cargo que ostenta.