Firmas
¿La Presidencia vale un moco?
Abogado y escritor. Ha publicado varios libros, entre ellos Abraza la Oscuridad, la novela corta Veinte (Alfaguara), AL DENTE, una selección de artículos. La novela 7, además de la selección de artículos Las 50 sombras del Buey y la novela 207.
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Imagínense saliendo a la calle para pedirle a un montón de desconocidos que confíen en ustedes, que los encuentren simpáticos, inteligentes, y con dotes de líderes. Que además piensen que son honestos, frontales, honrados, temerosos de Dios, buenos hijos, buenos padres y buenos cónyuges. Y excelentes administradores.
Todo esto, además, deberán conseguir ustedes de ese montón de desconocidos y lejanos seres cuya única coincidencia es haber nacido en este mismo país. Gente que, incluso, en una situación distinta te caería en la cruz del calzoncillo.
¿Qué les pasa por la cabeza a los que quieren conseguir votos de los demás para alcanzar el poder?
Hay muchas respuestas, claro, y ninguna excluyente de otra. Ya sabemos que usualmente es para robarse lo que se pueda de los fondos públicos y ya sabemos que luego quieren volver para no ir presos por haberse robado lo que pudieron.
También se detecta a una unidad astronómica de distancia a aquellos que producen más ego que endorfinas, otros que le apuntan a quedarse con gran parte de los auspicios privados y públicos que levanten, y otros que no consiguen entender que no llegarían primeros ni volviendo a ser espermatozoides.
Pero digamos, seguro hay gente de buena fe. ¿Y esos qué quieren? ¿Qué les lleva a la humillación de buscar el voto?
En la serie Vikingos, escrita por Michael Hirts, hay un diálogo perfecto entre Ragnar y su hijo Biorn.
Desde una montaña helada y rodeados de niebla, el muchacho le señala su deseo de poder y el taita le responde:
“El poder es siempre peligroso. Atrae a los peores y corrompe a los mejores. Nosotros nunca pedimos poder. El poder es dado solo a aquellos que están dispuestos a rebajarse para recogerlo”.
Cuando eres candidato hasta te quedas sin libertad de expresión. Te rebuscan todo lo que has dicho alguna vez en tu vida. Como le pasó a una señora que casi fue compañera de fórmula del aurífero Pérez y que, alguna, vez escribió que si Ecuador no puede cuidar a las Galápagos debería entregarlas a un país que sí pueda.
Entiendo que ella prefiere el bienestar de un patrimonio natural que el credo nacionalista. Racional me parece. Pero le sacaron la cresta porque nadie que diga lo que piensa puede aspirar a enamorar cientos de miles de giles criados entre dogmas, símbolos y tótems.
Lo mínimo que te pasa cuando sales a pedir un voto es que te manden al carajo. De ahí pasas por escupitajos, pedradas, puteadas de índoles varias, indiferencias, yucas, odios, injurias, y hasta una gripe peor que el ébola porque se te pegó en la comisura de la boca el virulento moco del niño feo que no querías besar pero que te tocó besar porque te estaban tomando una foto.
El tema electoral, especialmente en un país populista y amante de la tarima farandulera, me va convenciendo que es mejor volver a la época de los reyes absolutos.
Digo, es menos ridículo y humillante decir que eres enviado de Diosito, cruzarle unos cofres de oro al Papa, que te toque un matrimonio arreglado, y que tus antepasados sean tan parientes entre ellos que si estornudas explotas como hemorroide a causa de la hemofilia, a convertirte en un simpático profesional con la obligación de caerle bien a los que más puedas.