Cambio de Rueda
La Posta apesta
Actor, escritor, director y profesor, cofundador del grupo Muégano Teatro y de su Laboratorio y Espacio de Teatro Independiente, actualmente ubicado en el corazón de la Zona Rosa de Guayaquil. A los cinco años pensaba que su ciudad era la mejor del mundo,
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Ok, lo admito: La Posta es nauseabunda, ética y políticamente. Pero mi mayor reparo en su contra es humorístico.
No me ofende tanto que se burlen de indios, negros, mujeres, homosexuales (vivo en Ecuador, rodeado de fascistas, y admiradores de Tinelli y de Correa, perdón por la redundancia), como el que sean tan agrios y poco ingeniosos.
El problema no es su incorreción política, a la que de hecho traicionan, rascándole la espalda al poder, repitiendo uno tras otro los prejuicios coloniales de siempre (parecen Don Evaristo y Zarzosa, pero sin chiste y con Diazepam y Red Bull en las venas y mucho engrudo en el recto).
El problema es su molicie y estulticia, lo acomodados que están en sí mismos.
Efectivamente, el monstruo cómico camina en el alambre de la incorrección política, pero buscando hacer cabriolas y saltos intelectuales mortales con/contra ellos y contra uno mismo. No hacerlo revela reacción y conservadurismo, pero sobre todo vagancia.
Vean sino al malabarista español del bien y del mal, don Ignatius Farray, un verdadero monstruo de la comedia, dispuesto a desgarrar frente a la audiencia toda su orfandad, ridiculez y miseria.
En las antípodas de La Posta, este discípulo de Richard Prior es capaz de decir las cosas más horrendas imaginables, siempre a cambio de dinamitar lo establecido. Como cuando afirma tener el derecho de decir “sudaca de mierda” sin ofender a nadie, por ser prácticamente uno… o como cuando su álter ego, el cómico feminista equivocado Andy Wasington, repite los peores lugares comunes del machismo, convencido de hacerle un favor al movimiento, y de un plumazo caricaturiza y problematiza el papel de “los aliados”.
Quiero decir que sería terrible que las legítimas críticas contra los vagos de La Posta deriven en sacralizar a los humildes, cuando lo que debemos aprender, entre otras cosas, es a reírnos bien de todo y de todos, empezando por nosotrxs mismxs.
Insisto en Brecht: “el propósito del teatro (pongan ahí: la comedia) es el mismo de la democracia: dividir”.
El problema de la democracia ecuatoriana está íntimamente ligado al pésimo sentido del humor que difunden las principales corrientes hegemónicas. No creo que carezcamos de la capacidad para reírnos bien, en distintos frentes y niveles: pasa que solemos rendirnos ante el clasismo, la antidemocracia y la explotación laboral que nos conforma, estructura, reprime, desangra y extorsiona, cifrada en la dictadura del supuesto gusto mayoritario dominante. La calidad siempre es política.
La obra de Arístides Vargas y Malayerba, si bien por una parte dura, poética y estremecedora, puede leerse dentro de la mejor tradición cómica de Occidente. Las novelas de Jorge Izquierdo Salvador, premiado por su gran “El nuevo Zaldumbide”, me parecen literalmente stand-up comedy en papel. Y en el plano más comercial, recuerdo al primer “Ni en vivo ni en directo” como excelente.
A La Posta hay que procesarla, pero en ninguna Cordicom, sino en los altos tribunales de la comedia, y condenarla a seguir haciendo lo que hace: el ridículo más barato, por llena que esté de financiamiento, posproducción y éxito.
Su mayor contribución no es “divertir” (partir) ni desentrañar (su producción teatral copia y pega información de portales realmente trabajadores), sino ofrecernos, sin querer queriendo, una referencia clara de lo abominable que puede ser la especie humana en su vertiente más machista, prepotente y ciega; del tedio improductivo de nuestra clase dirigente y de nuestros hípsters de pacotilla; y de lo que comedia no es. Si lo piensas, es una contribución enorme. Si lo piensas.