Columnista Invitado
¿Y a mí, por qué me debe importar cuando hablan del clima?
Doctor en riesgos de clima y agua por la Universidad de Oxford. Consultor del Banco Mundial en sistemas hídricos y energéticos. Investigador y Lecturer Asociado para Hidrología y Manejo de Riesgos, Universidad de Oxford. Investigador del Instituto de Geog
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En estos días en Glasgow se lleva a cabo la principal conferencia global sobre cambio climático COP, por sus siglas en inglés. Este evento es anualmente organizado por las Naciones Unidas y acuden a él las delegaciones de más de 200 países, de empresas privadas y de múltiples instituciones.
Lastimosamente, dentro de estas conversaciones, países como Ecuador aún juegan un papel secundario.
Pero entonces, ¿por qué en Ecuador nos debe importar algo de lo que conversan en Escocia?
Inicialmente, porque esta conferencia habla de cómo enfrentar un desafío de nuestra generación, que es global y complejo, pero cuyos impactos son locales.
Desde que esta conferencia empezó a llevarse a cabo en 1995, ha aumentado abrumadoramente la evidencia que señala que los niveles de dióxido de carbono, generados por las actividades humanas, alteran el clima global.
Los niveles de dióxido de carbono ya se encuentran en umbrales no registrados en los últimos tres millones de años. De hecho, al momento el planeta está casi 1,2 oC más caliente de lo que debería.
Históricamente, un clima inestable ha perjudicado a las civilizaciones, los imperios, los países, las sociedades, los mercados y las personas.
Pero muchas veces en estos foros todo se queda en discursos y lo acordado se queda corto. Se debe a que existen diferentes visiones, en muchas ocasiones contradictorias, sobre cómo enfrentar este fenómeno.
Las propuestas van desde soluciones radicales y catastróficas, ideas económicamente no viables; estrategias que disminuyen el dióxido de carbono, pero que causan daños y conflictos ambientales y sociales, compensaciones financieras, hasta el 'quemeimportismo'.
La clave está saber balancear hasta qué punto es conveniente convivir con nuevos niveles de peligros climáticos versus lo que involucra repensar un modelo energético que, en los últimos 150 años, ha traído beneficios a la humanidad, pero sin perjudicar y mejorar la calidad de vida de productores y consumidores de energía, o sea, de todos.
Pero más allá de lo que se acuerde o no esta vez en la COP en Glasgow, lo importante es que se va marcando una tendencia global en términos de preferencias individuales y de mercados, financiamiento global, y acciones de instituciones que tienen importantes repercusiones para Ecuador.
Una primera repercusión son los compromisos globales que buscan minimizar el impacto que el cambio climático tiene en el país.
Al momento las inundaciones frecuentemente causan impactos en el comercio, en el acceso a servicios y hasta en la propagación de enfermedades como el dengue.
El aumento del nivel del mar puede afectar a ciudades y a ecosistemas costeros. Las sequías usualmente golpean al agro, las hidroeléctricas y en el acceso a agua potable.
Un clima más caliente también ha causado que los glaciares en los Andes hayan retrocedido en las últimas décadas.
Pero por el cambio climático estos procesos se pueden volver más intensos e impredecibles.
Esto impacta no solo los bolsillos de las personas, sino también su salud, la educación y el bienestar general de la sociedad.
Una segunda repercusión puede ser más profunda porque golpea directamente a los cimientos económicos y energéticos del país.
En estas conferencias cada vez se refleja más la tendencia global a depender menos de combustibles fósiles. Es decir, se remarca la transición, aunque lenta y turbulenta, hacia las energías renovables.
Esta transformación global ataca directamente al anticuado empeño de Ecuador de mover su economía, transporte, y su sociedad con base en el petróleo, un combustible que está en la mira del mundo.
Sin embargo, en vez de hablar sobre lo que esto significa, y las oportunidades y desafíos, Ecuador se desgasta en marchas para mantener los subsidios a los combustibles, en pleitos políticos, y en discusiones cortoplacistas.
Así, el país sigue siendo un mero espectador que queda expuesto a los coletazos sobre cualquier decisión (o indecisión) en estas esferas.