El indiscreto encanto de la política
La popularidad de los políticos es una completa trampa
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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La popularidad es el activo más valioso de un político. Una autoridad, con un alto nivel de aceptación, cuenta con una poderosa herramienta para tomar decisiones y generar cambios profundos en el territorio de su competencia.
Por supuesto, la popularidad de un gobernante no necesariamente está correlacionada con la eficiencia y la calidad de su gestión. Hay pésimos gobernantes que, gracias a su carisma y a un buen manejo de imagen, han sostenido altos índices de aceptación.
El problema empieza cuando el gobernante ya no ve la popularidad como un medio, sino como un fin.
Tampoco hay correlación entre la popularidad de un político y su respeto de los valores democráticos; más bien, en varios casos, la relación puede ser inversa: los autócratas suelen ser desafortunadamente muy populares.
A dos años de su mandato, el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, tiene más del 80% de aprobación. Embebido por esta supuesta legitimidad, Bukele ya no cuida siquiera las formas y, con cada acción, ratifica lo que suponíamos desde el inicio de su presidencia: le estorba la democracia.
De un plumazo, destituyó al fiscal y a los magistrados de la Sala Constitucional. Sin mayor análisis técnico, lanzó al mundo una bomba mediática al aprobar el bitcoin como moneda de curso legal. Y, como era de esperarse, ahora prepara una reforma constitucional para poder reelegirse.
A Bukele le estorba la democracia, de un plumazo, destituyó al fiscal y a los magistrados de la Sala Constitucional.
El problema empieza cuando el gobernante en funciones ya no ve la popularidad como un medio, sino como un fin. Y si a eso le sumamos la tentación de reelegirse, pasamos a tener políticos esclavos de la popularidad ciudadana, es decir, que gobiernan para las encuestas.
Recientemente, un estudio de opinión realizado por la encuestadora Cedatos señaló que el Presidente Lasso obtuvo el 71,4 % de aprobación al iniciar su mandato; porcentaje que, desde el regreso a la democracia, sería el más alto registrado para un presidente que inicia su gestión.
Números optimistas, sí, pero que deben ser tomados con prudencia. Jaime Durán Barba, para ilustrar esta volatilidad de las percepciones ciudadanas, suele poner el ejemplo de Jamil Mahuad.
Luego de la firma de la paz con el Perú, Mahuad alcanzó una popularidad sin precedentes, superior al 90%; sin embargo, por los acontecimientos conocidos, seis meses después, su reputación se desplomó.
La popularidad es efímera y el poder tiene plazo de entrega.
En este sentido, la habilidad del político está en utilizar ambos, poder y popularidad, para sentar sólidas bases de gobernabilidad que fortalezcan las instituciones democráticas. Ese es el punto de inicio para generar progreso y bienestar.