El Chef de la Política
Caos y vacío
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Ambos, caos y vacío, son los rasgos esenciales de la sociedad ecuatoriana, hoy por hoy. El caos no llega solo, se lo construye, se lo aviva, se lo fortalece.
El caos es parte de un guion plenamente planificado y detenidamente estudiado. Propiciar el caos es, por tanto, la estrategia a utilizar para reordenar las fuerzas políticas en el país y conseguir determinados objetivos innegociables.
Desorden y confusión, eso es lo que se entiende por caos. Desorden y confusión en lo político. Desorden y confusión en lo económico. Desorden y confusión en lo social. Ausencia de formas, carencia de relatos claros e indefinición generalizada.
Que la ciudadanía no tenga clara una opción de salida. Que la ciudadanía se ahogue en la pregunta de ¿ahora qué hacemos? Ese es el reflejo del caos. Ahí todos salen perdiendo, pero no en partes iguales, algunos en medio del caos, ganan. Esa es su apuesta.
Pero el caos tiene una trayectoria que seguir. No es una cuestión de estar o no estar. No es binario. Se fermenta con el tiempo, avanza o retrocede. Eso depende de los intereses del momento. Eso depende de los ideólogos pues, como bien lo señala la filosofía que siguen, la política es el juego de la confrontación, del estigma, del vamos a romperlo todo, che.
Por eso es que ahora es el momento en el que el caos tiene que profundizarse a tal punto que cualquier escenario político, social o económico sea tan sensible que cualquier movimiento pueda incrementar el desorden y la alteración de las ya de por sí endebles estructuras e instituciones del país.
Al final, caos y violencia van de la mano y si en determinado momento es necesario juntarlas, habrá que permitir ese maridaje.
Los acuerdos, la estabilidad, la búsqueda de consensos mínimos es la antípoda del caos. Con diálogo, los espacios para el caos descienden. No es este el momento para el diálogo, dirán quiénes están detrás del caos. Ahora mismo es la efervescencia el escenario que conviene.
Hay que confrontar y destruir. Hay que fingir acercamientos, pero a la par propiciar el conflicto. Hay que conseguir que las diferencias políticas se agudicen y si eso lleva a violencia, ni modo. Al final, caos y violencia van de la mano y si en determinado momento es necesario juntarlas, habrá que permitir ese maridaje.
Pero para que el caos planificado llegue a buen puerto requiere que al mismo tiempo se sedimente la idea del vacío. La ausencia de contenidos. La ausencia de ideas. La ausencia de referentes de todo orden.
La ausencia que puede ser llevada incluso al plano físico, al plano material. La ausencia de respuestas a las preguntas más elementales de la vida política, social o económica del país. La desesperanza del antes mencionado ¿ahora que hacemos? y su respuesta fácil: nada.
Esto está terminado y es mejor migrar. Si no se puede huir poniendo tierra de por medio, al menos volar al más allá en el plano mental. Abstraerse de la realidad. Dejar que el vacío cunda. No tomar partido y dejarse llevar.
Así, el vacío es un efecto psicotrópico inducido sin necesidad de sustancia alguna. Es el vacío social que deriva del caos. Es el punto perfecto para que desde el caos generen cambios, sus cambios. Esos cambios que terminan por pasarnos por encima sin que nos demos cuenta. Por eso es que el caos tiene que estar atado al vacío. A la impotencia autoimpuesta.
Sin ningún tipo de referentes, la sociedad ecuatoriana avanza en su proceso de descentramiento, de buscar las salidas en las periferias cuando el centro de la vida política, económica o cultural nunca ha sido dotado de sentido.
Es una suerte de posmodernismo sin que de por medio haya existido modernidad. Es una sinrazón fruto del caos y de sus referentes ideológicos que nos llevan al desorden y a la confusión a partir de discursos que seducen, convencen y llevan a pensar en que, en el caos está la salida.
No se sabe bien cuál será la forma y ni siquiera el problema. Pero eso no importa. Lo que sirve de momento es que las confusiones arrecien, la incertidumbre gane cuerpo y al mismo tiempo, la desesperanza haga lo suyo entre la débil capacidad de asociación ciudadana.
Que el vacío se presente, se instale, eche raíces. No es necesario ni se busca que ese vacío genere daño o afectación. Por el contrario, el vacío tiene que ser simplemente ausencia, sin intencionalidad alguna. Ese es el vacío que resulta útil al caos. El que no hace y deja hacer. Por ahí vamos.