Canal cero
La delicada misión de la Policía
Doctor en Historia de la Universidad de Oxford y en Educación de la PUCE. Rector fundador y ahora profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador. Presidente del Colegio de América sede Latinoamericana.
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Héroes y heroínas del Ecuador
Proteger a las personas, mantener el orden, controlar el uso y tráfico de drogas, investigar robos, combatir los secuestros y hasta parar las peleas y francachelas en las calles, son labores difíciles. Esas son, precisamente, tareas de la policía, que muchas veces no se aprecia en sus verdaderas dimensiones. Por ello, con frecuencia vamos de la denuncia de la “brutalidad policial” a la exigencia de que se amplíe el número de efectivos y se les dote de más armas y bombas lacrimógenas para que podamos vivir en paz.
En nuestro país la profesión policial no tiene el prestigio del que goza en otras latitudes. En Gran Bretaña, por ejemplo, los “bobbys” son admirados y respetados como una gran institución nacional. Aquí los “chapas” son poco considerados socialmente, en buena parte por prejuicios injustos, pero también por abusos, atropellos y casos de corrupción en sus filas.
Hay que apreciar la acción de los policías. Deben obedecer órdenes y seguir la disciplina, trabajan con horarios incómodos, en muchos casos manejan cotidianamente conflictos no exentos de violencia, ganan menos con más responsabilidades que los civiles, deben conservar la calma en medio de las tensiones y no pueden decir lo que quieren cuando quieren como los civiles.
Muchos policías cumplen así su trabajo. Algunos lo hacen, incluso en forma excepcional. Basta recordar a aquellos que han sido asesinados por proteger a ancianos que estaban siendo robados, a los que murieron abaleados en medio de asaltos o a quienes recibieron un disparo en la sien a sangre fría de los narcotraficantes. Muchas de estas situaciones, sin tapujos deben, ser consideradas heroicas.
Además de las muertes trágicas y a veces truculentas de los policías en el servicio, hay que considerar la situación de sus familias: viudas, huérfanos y padres, que deben vivir sin ellos. Las pensiones no reponen las pérdidas. También deben tomarse en cuenta los peligros que corren los policías y sus frustraciones cuando no logran que se haga justicia y jueces corruptos liberan a delincuentes capturados con esfuerzo y riesgo.
Todo lo dicho, sin embargo, no puede justificar de ninguna manera los abusos policiales, la corrupción interna, la infiltración de los narcos, el enriquecimiento no justificado y la represión violenta de las protestas populares. Todo eso debe ser sancionado y erradicado. La idea de que los policías no tienen obligación de respetar los derechos humanos de los presos o manifestantes porque estos no respetan los de ellos, es inadmisible. Toda persona tiene esos derechos inalienables. Y, desde luego, las autoridades deben respetar a la policía y no manipularla, como lo hizo Correa en el tristemente célebre 30S.
Por lo demás, las necesarias reformas deben ser integrales. No podemos pedir que la policía tenga características distintas y mejores que la sociedad toda en la que está inmersa. Pero debemos exigir que cada vez cumpla mejor sus funciones y que en sus filas haya cero delincuentes y muchos héroes.