Una Habitación Propia
Un poema para Río
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Iba a escribir cosas muy tristes hoy, pequeño Río.
Cosas como el terror al cambio climático, al frío horroroso y a destiempo, al calor nuclear que hace que la gente se vuelva mala. Cosas como que, en Argentina, desde donde te escribo, a los animales del campo se les queman las patas con la tierra que casi ebulle y los peces mueren boqueando porque el agua caliente tiene menos oxígeno.
Cosas que no deberían escuchar tus oídos puros, pequeñito.
Porque, amado Río, hemos fallado en conservar para ti este planeta precioso en el que vivimos.
Porque te recibimos con felicidad y también con miedo, un miedo nuevo: el de la destrucción climática.
Con un ojo en una Europa cada vez más fría y cada vez más caliente y una Latinoamérica que se diluye en riadas marrones que se llevan en sus aguas furiosas las esperanzas de una gente ya desesperanzada.
Debería estar escribiendo tu canción de cuna, amor diminuto, pero estoy escribiendo, como siempre, un cuento de terror.
Hoy te vi por primera vez, a través de una pantalla, pero te vi: dormías al lado de tu mamá, un cachorrito en paz, un lucero vivo.
Puede que seas lo más hermoso que van a ver estos ojos míos.
Y fallo una vez más al intentar escribir un cuento infantil para sacarte sonrisas cuando comprendas la maravilla del lenguaje.
Fallo una vez más en hacer morisquetas tontas para hacerte reír con el arte más viejo del mundo: el de una convertir una cara adulta en una máscara chistosa -ahora arrugada, ahora impresionada, ahora con la lengua afuera- para distraer a un bebé.
Quisiera ser pura como tu aliento, lavarme en agua bendita y borrar con las alas de un angelito mi cabeza atormentada para acercarme a ti: el futuro.
Quisiera pensar nada más en las cosas más hermosas: perros salchicha disfrazados de abeja, un baño en el mar de mi infancia, la comida de mi mamá, estar enamorada y ser correspondida, el olor de la tierra cuando llueve, el sabor del dulce de leche, la risa de tu madre, salvar a un gatito y que se convierta en tu gatito, un campo de amapolas, las frutas, las carcajadas de dos amigas que se reencuentran.
Quisiera darte, con mis palabras, lo mejor de este planeta: los animales bebés, el mar, la gente bondadosa, el sol de primavera, los cumpleaños, la música brasileña, el agua fresquita, lo dulce, tus primeros pasos, correr para abrazar a alguien, la amistad verdadera, un hogar en el que te sientas seguro, los bosques, la naturaleza.
Lamento ser, amado Río, esta persona tan culposa, tan preocupada, tan desencantada, tan triste. Lamento que este planeta al que llegaste hace apenas unos días se esté convirtiendo en un pudridero.
Lamento, al recordar tus ojitos cerrados y tu nariz redondita, que, junto al gozo que me baña toda como miel luminosa, esté eso otro: la angustia.
Quisiera, mi niño, librarte de los corazones aguijoneados de la gente como yo.
Quisiera, Río de vida, conservar la inocencia de tu carita que concentra toda la belleza del mundo.
¿Cómo lo hago? ¿Cómo lo hacemos?
Tal vez así:
Te enseñaremos a sembrar y te enseñaremos a cuidar y te enseñaremos a amar al mundo y a todas sus criaturas.
A no dañar. A no matar. A conservar. A atesorar. A apreciar sin destruir.
Quizás así, amor recién llegado, estaremos salvándote mientras salvamos al mundo.
Esa es mi plegaria, Río, y mi saludo a tu vida que nos ha traído tanta vida.
Bienvenido, pequeño.