El indiscreto encanto de la política
El poder tiene plazo de entrega
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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El poder es una droga dura. Cuando empiezas a saborearlo, te engancha; cuando lo pierdes, te frustra. El poder llama al poder y cuando consigues un poco, quieres más.
Poder y política van de la mano, pues en democracia el voto popular legitima esa capacidad de tomar decisiones en nombre de todos, es decir, lo que llamamos “tener autoridad”.
Esta adicción al poder puede ser tan fuerte que muchas veces el político delira creyendo que el cargo que ostenta y él son lo mismo, dos partes de un todo.
Incluso, en ciertos casos, el político está convencido de que recibió un “encargo divino” para conducir el destino de su pueblo. Es tal la megalomanía que si solo dependiera de él, se quedaría eternamente en funciones (cosa que, en efecto, a veces ocurre).
Pero el poder político presenta una particularidad: tiene plazo de entrega. Forzosamente, cuando un individuo con autoridad pierde una elección o es removido de su cargo, el poder ser desvanece.
Es así que el otrora omnipotente deja de sentir la dulce pleitesía de los aduladores de turno. Ya no es él quien toma las decisiones, ni tampoco es el centro de atención.
El mandamás pasa a ser uno más. Despojado ya de su manto de autoridad e impunidad, ahora será blanco fácil de ofensas, revanchas y vendettas políticas de enemigos, así como de amigos.
Es comprensible, mientras con soberbia esta suerte de ungido ocupaba el trono, todos sus súbditos estaban condenados a ser un depósito silencioso de rencores, odios, envidias, malos tratos y hasta malos chistes. Ahora ya no.
Para mitigar en algo los efectos de este síndrome de abstinencia, la exautoridad se aferra a sus recuerdos, no asimila que su “misión” terrenal terminó y que le corresponde a un nuevo “mesías” definir el derrotero de su pueblo. Le incomoda el ser ignorado.
Otros políticos -más audaces- para evitar esta inevitable recaída, varios meses antes de las nuevas contiendas electorales, empiezan a construir su plataforma de negociación para demostrar su valía a los intereses del partido y alcanzar una nueva postulación.
La verdadera trascendencia radica en dejar huellas de virtud para que otros sigan estos pasos; si desde el inicio esto no se comprende, el poder enferma, y despojarse de este, aún más.