Persona non grata
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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El mismo viernes 17 en que el embajador kirchnerista salía expulsado del Ecuador por su complicidad en la fuga de una señora sentenciada por el caso Sobornos, fallecía en Madrid el gran escritor chileno Jorge Edwards, autor de 'Persona non grata', testimonio siempre vigente del giro de la revolución cubana hacia el estalinismo en 1971.
Sabemos que Fuks, un diplomático de segunda, fue declarado persona non grata por engañar a los ecuatorianos.
Edwards, en cambio, había sido declarado absurdamente hostil a la revolución (casi persona non grata) por sus relaciones con escritores cubanos como Lezama Lima y Herberto Padilla cuando se desempeñaba como fugaz encargado de negocios de Allende en La Habana.
De modo que el uno ayudó a la señora Duarte a evadir la justicia, mientras el otro conversaba, entre otros, con sus colegas poetas que criticaban a media voz los errores de la revolución: enorme diferencia.
Era Jorge Edwards un diplomático de carrera, culto y cosmopolita, que fue a continuación segundo de la embajada chilena en París cuando Pablo Neruda fungía de embajador y ganó el premio Nobel, ya mordido por el cáncer.
Luego vino el golpe, la muerte del poeta y el exilio de Edwards, opositor de Pinochet y activo defensor de la libertad de expresión.
Fue en Barcelona donde concluyó 'Persona non grata' y cuando el editor Carlos Barral le pidió que la definiera, dijo que era "una novela política sin ficción".
El libro desató la furia de la intelectualidad que consideraba que la revolución cubana era sagrada. Junto con Vargas Llosa, fueron desde entonces el cuco de los malos escritores de izquierda.
Le conocí, ya en Santiago, en vísperas de las elecciones presidenciales de 1989, las primeras desde el golpe militar. Igual que su contemporáneo, el novelista José Donoso, había vuelto años antes, cuando la dictadura aflojó un poco.
Charlábamos con Edwards en su apartamento, que quedaba junto al céntrico cerro Santa Lucía, cuando se levantó a responder una llamada telefónica en el cuarto de al lado.
Al volver me dijo que Vargas Llosa le había llamado a comunicar la muerte de Carlos Barral, cuya editorial fue decisiva para la difusión del boom latinoamericano.
Edwards también escribió buenos cuentos, y novelas como 'La casa de Dostoyevski', pero a mí me gustaba más como cronista y articulista de los más variados temas.
Su libro 'Adiós, poeta' es un excelente retrato de su relación con Pablo Neruda. Y 'El whisky de los poetas' reúne artículos magistrales publicados en diversos periódicos en diversas épocas.
Volvimos a vernos cuando vino a Quito a fines de 1999, tras la segunda erupción de ceniza del volcán Pichincha. Me habían llamado de la embajada chilena a pedirme que le acompañara y, sabiendo cuánto le gustaba descubrir nuevos platos, le llevé a probar el yahuarlocro de El Quinche y los cuyes asados en Cayambe.
No hizo fieros a ninguno de los potajes; por el contrario, me pidió que le enviara mi libro de cocina ecuatoriana apenas saliera de imprenta. Y sugirió que retornáramos antes del anochecer pues tenía una cita galante.
No nos volvimos a ver, pero yo leía sus ocasionales artículos publicados en 'El País' de Madrid, ciudad a la que se había mudado y donde finalmente la Parca puso fin a las andanzas de este maestro del arte de vivir.
Y escribir. Y hacer política en defensa de las mejores causas, siempre en contra de las dictaduras de izquierda o derecha. No como los sinuosos Fuks de este continente, capaces de cualquier tramoya para que las/los socialistas del siglo XXI alcancen la impunidad.