¿Qué quieres ser de grande: periodista o futbolista?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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¡Oh, sorpresa! Ana Minga escribe en El Universo que "facultades y carreras de comunicación, al menos en Quito, están quedándose sin alumnos".
¿Será tanto? Busco información: solo en los últimos tres años, la matrícula ha descendido un 30% en la Facultad de Comunicación de la Universidad Central.
Recuerdo que en los años 90, miles de chicos y chicas soñaban en convertirse en estrellas de la televisión, que era la reina de los medios, de modo que las escuelas de Comunicación del país rebosaban de estudiantes ilusionados en reemplazar a Milagros León y Carlos Vera.
Como yo fui profesor de periodismo y había trabajado en televisión, me sentí obligado a escribir un artículo: "¡Muchachos, no estudien Comunicación!" Advirtiendo que no había cama para tanta gente.
En efecto, al voltear el siglo, no pocos de ellos, con el título inútil en la valija, se integraron a la ola de migrantes a España e Italia.
Hoy, dado que la pandemia no afectó a otras carreras tradicionales como Leyes o Economía, algo más grave ha sucedido desde entonces para que el periodismo haya perdido su atractivo.
Bueno, no solo su atractivo sino también íconos y lugares de trabajo: solo en Quito, en la última década, desapareció el diario HOY, atacado sin tregua por Rafael Correa, y El Comercio cambió de manos y no es ni la sombra de lo que fue en sus días de gloria.
En realidad, lo que vino a trastornarlo todo fue la masificación universal de Internet y los smartphones, que convirtieron a las redes en el principal medio de comunicación y diversión.
Fenómeno que sí se aceleró con la pandemia y que ha tenido hondas repercusiones sobre el contenido y la veracidad de la información. Un youtuber hablando de sí mismo o una influencer que emite su opinión semidesnuda sobre cualquier frivolidad tienen más glamur que una periodista juiciosa que entrevista las mañanas a políticos detestables.
Más gancho aún tienen las estrellas del fútbol, convertidas en el 'role models' de cientos de millones de niños y adolescentes en todo el planeta, desde el valle del Chota hasta la Cochinchina.
Pero no será un hincha de toda la vida como yo quien cuestione ese deporte, convertido en espectáculo y negocio, sí, pero deporte recio y apasionante que en Ecuador tiene un comportamiento sui géneris: mientras peor le va a la sociedad, mejor le va a la Selección.
Ahora es la Sub 17 la que alegra y unifica puntualmente a un país desgarrado por la política de alcantarilla, el crimen organizado, la corrupción de la justicia y la injusticia social.
Lo importante es que estos futbolistas adolescentes surgen en su mayoría de los ambientes menos favorecidos y gracias a sus cualidades y a su esfuerzo logran escapar de un oscuro destino.
Pero, una vez más, tampoco hay cama para tanta gente. Y no es precisamente la disciplina y el tedio de los entrenamientos y la vida ordenada lo que atrae a millones de chicos que sueñan con Messi y Ronaldo, sino el dinero a raudales, las mujeres lindas y los reflectores de la fama.
No los rigores del deporte, sino la alegre recolección de sus frutos. Al más célebre y carismático boxeador de todos los tiempos, a Muhammad Ali, preguntaron qué era lo más importante de su entrenamiento: si las sesiones de sparring, o golpear al saco, o sudar en el gimnasio…
Nada de eso, respondió con esa sonrisa burlona que era su marca de fábrica, lo más importante es escapar de las diversiones y las mujeres e irse a la cama solo todas las noches a las 21:00.
Pero entonces, pensará cualquier aspirante a estrella, ¿para qué carajo sirven fama y fortuna? Si voy a llevar una vida sacrificada, mejor me hago periodista.