Al aire libre
Nos perdimos en el Pichincha
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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La Susy estaba desorientada.
Me dijo:
-¿Por dónde es?
-¿Qué? ¿No sabes?
-Hagamos pares o nones: por la derecha o por la izquierda.
-No friegues. ¡Estamos perdidas!
Ese rato me acordé de cuando nos perdimos hace 20 años con el Santi en El Cajas. Teníamos un libro con las indicaciones y el mapa. El primer día la pasamos muy bien, dormimos junto a una laguna y al día siguiente debíamos caminar a otra laguna, dar la vuelta y regresar a Cuenca.
De pronto tomamos el lado equivocado del sendero. Cayó la niebla y en vez de llegar a la laguna precisa fuimos a parar a otra, y luego a otra, y la niebla nos perdía más.
Pasaron seis horas de angustia. Cuando cayó el sol supimos dónde estaba el oeste, por lo tanto, el norte y la ciudad. Dormimos con 'ese norte' y al día siguiente logramos salir.
Yo me prometí que nunca más iba a caminar sin señalización, brújula, GPS y alguien que domine el trayecto.
Le conté a la Susy todo esto.
-Tranquila, eso pasó en El Cajas. Aquí solo hay que bajar y llegamos a Quito- decía.
Pero yo sentía de nuevo la angustia. Veía a un lado y era igual al otro. Y cuando quisimos regresar, perdimos la perspectiva y acabamos en una especie de culunco, vertical, miedosísimo.
¿Cómo comenzó esta historia? Fuimos a entrenar al Teleférico.
Ahí hay un sendero muy transitado que llega al pie del Ruco. De madrugada lo utilizan los traileros y más tarde, los downhileros, que suben en las telecabinas y bajan en bicicleta.
Subimos unos veinte corredores y algunas mascotas, arriba comimos una fruta y, sin tomar ni un selfie, bajamos embaladas.
Y de la forma más extraña, nos perdimos.
Dos horas más tarde, cuando llegamos agotadas de nuevo al Teleférico, lo primero que nos dijeron los colegas -con tono de burla- fue:
-Qué les pasó, estábamos todos juntos y de repente desaparecieron.
-Quise cortar camino- se justificó la Susy. Ella era la mejor navegante del grupo.
-Una mala decisión y nos fuimos al tarro- añadió.
-Saben que hubo un momento en que las piernas no me respondieron- decía yo, todavía nerviosa.
-Oímos voces y fue un alivio- seguí hablando, pero pensé con miedo, y si son gente mala. Somos dos mujeres solas.
La Susy coincidió.
-Las dos nos callamos de golpe, por si acaso- dijo ella. Le agarré del brazo a la Luli porque estaba paralizada.
-Dentro del bosque vimos a tres chicos y una chica. Al verla, respiré- conté yo.
-¿Cómo llegamos a la carretera?– fue lo primero que pregunté nerviosa, mirándola a ella.
-Sigan bajando y tomen a la derecha, llegarán al barrio Santa Rosa- dijo la chica.
-Pero entonces a la Susy se le ocurrió la brillante idea de que era mejor tomar a la izquierda. Ahí si me enojé de verdad.
Ella corroboró:
-Estaba tan brava la Luli, que dijo que se iba sola.
Bajamos discutiendo y vimos Santa Rosa a lo lejos. Qué lindo barrio con una iglesia celeste. Yo corrí más rápido al ver la civilización.
Un auto azul salía de la calle principal. Le dije, señor, ¿nos lleva? Dijo No. Y siguió.
Corrí a su ventana y le dije, le pagamos lo que sea.
Ahí paró y dijo: cinco dólares.
Nos trepamos, nos pusimos la mascarilla por costumbre y me volvió el alma al cuerpo.
En el camino nos fue contando que era plomero, que le llamaron del otro lado de la ciudad.
Cuando llegamos a Toctiuco, yo me sentí como en casa.
Súper comedido nos dejó al pie del Teleférico.
La moraleja de esta historia es que la montaña es impredecible, que puede caer un aguacero o quemarte el sol. Que uno camina feliz, pero se olvida de que hay que regresar y a veces ya no hay fuerzas.
Que uno se puede perder y ahí sí… fregados.