Lo invisible de las ciudades
El pensamiento crítico como defensa en Ecuador
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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La conmoción nacional que vivimos la semana pasada fue un escenario más, en el que vimos la nueva forma de hacer política y propaganda que predominan en nuestro país y en el mundo. Los tiempos de un discurso coherente, en sintonía con los actos del personaje político, quedaron atrás hace décadas.
Ahora, al hacer política se busca crear una reacción emocional y visceral en el votante. Simultáneamente, el político debe provocar un rechazo tajante y violento de su bancada contra sus opositores. No es suficiente con una oposición de posturas contra los demás candidatos; deben odiarlos, como si hubieran hecho una agresión personal en su contra.
Dicho de otra forma, el político debe establecer un vínculo emocional con sus seguidores, similar al que ellos generan con los personajes que miran en Netflix. De ahí que muchos políticos de bancadas dispares tengan un comportamiento similar: si hacemos las ideologías a un lado, Rafael Correa y Donald Trump tienen un comportamiento idéntico. Lo mismo podemos decir de Lula y Jair Bolsonaro. Sus acciones de gobierno son contrapuestas, pero sus formas de vincularse con sus adeptos son idénticas. El espíritu de cuerpo predomina por encima de las acciones y las ideas. Si el opositor hace algo, es malo. Pero, si lo hace uno de su bancada, es un acto heroico.
Si el opositor comienza a tener logros, hay que desprestigiarlo. Y eso se logra generando sentimientos de rechazo. El “bueno” debe ser pintado como “villano”. Las fuerzas policiales y militares comienzan a detener a quienes han estado robando, secuestrando y extorsionando a la ciudadanía. Y repentinamente, los actos delictivos eran puestos en segundo plano, ante los llantos de los arrestados. Algunos hablaban de humillación por hacerlos cantar. Según esa mentalidad, los karaokes son cámaras de tortura.
El origen de toda esta situación es el atropello a los derechos de miles de ciudadanos. En caso de realmente haber abusos cometidos durante los arrestos, estos deben ser investigados y sentenciados; pero no pueden estar por encima del problema mayor. Esto es lo que en pensamiento crítico se conoce como “manipulación emocional”.
Adoptar una afiliación política en estos tiempos es firmar un contrato incondicional de desconexión con la realidad.
Si ocurre algo que no es de nuestro agrado, recurrimos a explicaciones inverosímiles y a entidades invisibles y omnipotentes, como la CIA, los comunistas o los Iluminati. Para el militante político es imposible creer que un grupo de personas -por ejemplo- se metan armados a un canal de televisión para amenazar a sus reporteros; sin mayor visión de qué hacer luego o de las consecuencias de dichos actos. Debe entonces ser la CIA la que organizó todo. Que dicha acción para nada inteligente haya sido organizada por una agencia de inteligencia, se vuelve una teoría más aceptable que el caos de la realidad.
Mi experiencia me ha enseñado que la imaginación debe mantenerse en el ámbito de la ficción. La política es más producto de la realidad. Tampoco hay que descartar el peso que tiene el principio de Hanlon en las acciones de los políticos: “no le atribuyas a la maldad aquello que puede ser explicado por la estupidez”.
La política de esta segunda Edad Media no responde ni a la lógica, ni a la realidad. Es solo retórica tendenciosa, que forma sesgos en la opinión de las masas. Curiosamente, el corazón y el origen de muchos movimientos políticos se da hoy en las agencias de publicidad.
En conclusión, menos Netflix y más Trivium. Solo el escepticismo del pensamiento crítico podrá mantenernos libres como individuos, fieles a nuestros propios principios y lejos de ser asimilados por las manadas o las jaurías.