Lo invisible de las ciudades
Ser peatón en Quito: un deporte extremo
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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El miércoles 22 de mayo, fui entrevistado por un medio de comunicación, sobre cuán aptas son las calles y veredas de Quito, para las personas con capacidades especiales. Comencé dicha entrevista con una verdad que ya debe ser dicha en voz alta: las calles de Quito no son aptas para ninguna persona, tenga capacidades especiales o no.
Ser peatón en Quito significa tener que enfrentar obstáculos.
Hay muy pocas partes en la ciudad que cuentan con veredas relativamente óptimas. Salvo dichas excepciones, caminar por las veredas de Quito significa tener que lidiar con desniveles entre un lote y otro; rampas de garajes, que rompen la pendiente natural de la vereda; e infraestructuras de servicios públicos, puestos en la vereda de manera desordenada y caótica. Muy pocas son las veredas que cuentan con una arborización lo suficientemente óptima, como para brindar sombra a los transeúntes. Recuerdo una calle, donde el peatón no tiene más remedio que atravesar una torre de alta tensión, que se apodera de gran parte de la vereda.
En gran parte, esto se debe a la dualidad existente en las normas vigentes. Se suele encargar el mantenimiento de la vereda al propietario del lote contiguo a la vereda; pero ese mantenimiento debe limitarse solo a la limpieza. Son los municipios -aquí y en demás ciudades- las que deberían establecer una normativa para las veredas y ejecutar su parte constructiva.
Una vereda debería cumplir con la función principal de permitir el tráfico peatonal. El ancho de las veredas debería ser proporcional a la cantidad de carriles vehiculares de la calle. Partiendo de un ancho mínimo, para satisfacer los recorridos a pie, la ubicación de postes y de mobiliario urbano, debería establecerse anchos mayores y calles relevantes para arborización y mobiliario urbano complementario; principalmente, bancas.
Estrechar las vías ampliando las veredas es una alternativa que obliga a los conductores a bajar la velocidad. Esta estrategia podría implementarse cerca de colegios, escuelas e instituciones públicas; que es donde existe un mayor número de peatones. En donde se implementa este tipo de configuración vial suele ver menos peatones atropellados; y los choques -en caso de darse- son de menor riesgo.
Estamos por entrar a la temporada seca en Quito; cuando no hay nube alguna sobre la ciudad y el sol achicharra a todos por igual. Está más que confirmado que la presencia de árboles grandes y frondosos no solo nos protege en algo de la radiación solar, sino que además baja la temperatura ambiental entre dos o tres grados Celsius. Si Quito contara con árboles grandes en sus veredas, caminar en ella sería una opción mucho más atractiva para todos, ya que sus espacios públicos serían de una calidad admirable.
Otro elemento que hay que eliminar son los desniveles de las rampas en los garajes. Estacionar un automóvil en pendiente lateral es menos perjudicial que un anciano tropezándose en una vereda con desniveles abruptos; o que una persona en silla de ruedas sea atropellada, por verse obligado a transitar por la calzada.
Finalmente, debemos recordar que ya es hora de soterrar todas las instalaciones de electricidad y comunicaciones que penden de postes, como si fueran enredaderas. Soterrar el cableado público no solo es un aporte estético al espacio público; también le aporta ingresos adicionales al municipio, que cobra como arriendo por metro lineal a las diferentes empresas que pasan sus cables bajo las veredas municipales.
Queda mucho por hacer para mejorar las veredas quiteñas. Es mejor iniciar ya una concepción ordenada y coherente de los espacios peatonales, a seguir viviendo en una ciudad cuyas veredas son parchadas de manera caótica; y que no pueden ser transitadas por la mayoría de sus ciudadanos.