El Chef de la Política
Nuestra Asamblea Nacional
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
Actualizada:
Inicia un nuevo período de la Asamblea Nacional y los escándalos de corrupción no se hacen esperar. La reacción de la ciudadanía, natural, pero a la vez superficial, es requerir la inmediata sanción hacia las bellas y bellos asambleístas involucrados en los chanchullos.
Se demanda la aplicación inmediata del Código de Ética de la legislatura, la acción de la Fiscalía y de cuanto ente de control esté a disposición en el enmarañado régimen legal que nos cobija.
Otros, desde la propia Asamblea Nacional, no pierden la oportunidad para darse golpes de pecho, auto definirse como honestísimos y declarar, sueltos de huesos, que si no se convoca a una 'muerte cruzada' que dé término a este período legislativo, se irán. Que no pueden estar junto a delincuentes, esbozan como argumento de fondo.
La mayoría, en el afán de reducir la incertidumbre y desconfianza social que estos barullos generan, no tarda en recitar el viejo y conocido estribillo de "la mayoría no somos así, no hay que generalizar".
La mala noticia para el país es que con la elección de una nueva Asamblea Nacional, el establecimiento de dos cámaras legislativas, o tres si quieren ser alternativos, la muerte cruzada o una reforma constitucional, no se va a solucionar nada. Ahí no está el problema de fondo.
Todas esas iniciativas caen en la definición de locura del gran Alberto Einstein: "hacer lo mismo y esperar resultados diferentes".
Si se quiere reducir, no eliminar, los casos tanto de asambleístas corruptos como también de los que con dificultades pronuncian su nombre, es necesaria una reforma integral del sistema de partidos políticos. Una reforma que tenga como objetivo la presencia nacional de no más de cuatro o cinco organizaciones.
Si bien estos cambios normativos no tendrán efectos en la próxima elección sino que se podrán observar al menos en la década siguiente, allí está uno de los puntos clave para que la política resulte interesante a la gente honesta y con capacidades.
Mientras dicha reforma no se verifique, los diezmos o la tramitación de cargos públicos para propiciar actos de corrupción seguirá presente.
Lo que ahora nos escandaliza y que seguramente será olvidado mañana porque un nuevo caso de corrupción desplazará al actual, no tiene que ver con una agrupación política en específico ni con esta Asamblea Nacional o las anteriores. Tenemos un problema estructural que desborda a las personas.
Permitir la existencia de maquinarias electorales que no tienen otro objetivo que satisfacer el bolsillo de su supuesto líder, mediante la venta de espacios para las candidaturas, o que están allí solamente para satisfacer el ego del gerente propietario, inhibe la participación en política de los ciudadanos con vocación cívica.
El problema, en realidad, no es que la gente no se interese por la política. El problema es que la gente con valores y ética no quiere hacer gestión pública en medio de la podredumbre, la delincuencia organizada y la ignorancia supina.
Desde luego, la reforma profunda al Código de la Democracia no es el elixir contra los anti valores de la política nacional, pero es un punto de partida fundamental.
El problema es que la gente con valores no quiere hacer gestión pública en medio de la podredumbre, la delincuencia organizada y la ignorancia supina.
Lamentablemente para los intereses del país, todos los actores políticos saben que esto es así pero, al mismo tiempo, conocen que un cambio real en la estructura de las agrupaciones políticas terminaría con sus canonjías, las designaciones de candidatos a punta de dedo o de cheque y el poder que tienen para incluir en las listas a los amigos, agnados, cognados y, en ocasiones, a quien tuvo el infortunio de pasar frente a la oficina del líder, que también es la sede del movimiento político.
Valdría la pena, por tanto, que los representantes de los partidos políticos sean más sinceros con el país y dejen de escandalizarse con bellas y bellos casos como los que ahora, ayer y seguramente mañana, llenarán de oprobio a la Asamblea Nacional.
Está claro que a ninguno de ellos les interesa que la política se haga con afiliados, con personas que quieren vivir de y para la política, con ciudadanos que apuestan a un proyecto de ideas y lo acompañen cuando está en el poder y también cuando son parte de la oposición.
Eso es lo que implica tener un partido: trabajar en la generación de bases, pensarlo ideológicamente; en definitiva, invertir mejor el tiempo que ahora dedican a la triquiñuela y la búsqueda de espacios públicos para delinquir con las arcas del país o con los recursos propios de los ciudadanos.
En otras palabras, es más sencillo maniobrar ante el Consejo Nacional Electoral para evitar ser eliminados cuando dejan de tener el respaldo en votos que asumir que sus negocios o cultos a la personalidad han llegado a su fin y es el momento de dedicarse a otra cosa.
El problema ahí es que muchos no tienen oficio ni profesión conocida más allá del abuso de los recursos del Estado.
Si el Presidente Lasso tiene genuina vocación por el cambio o si algunos líderes políticos honestos y capacitados, que los hay aunque cada vez en menor medida, tuvieran intenciones reales de evitar que la Asamblea Nacional se hunda más en el lamentable espacio de podredumbre ética, ignorancia vocacional y delincuencia organizada, ya deberían estar trabajando en reformas profundas al Código de la Democracia.
No lo harán. No les conviene. Siempre es preferible aguantar unos días el escarnio público frente a las bellas y bellos espectáculos de corrupción y luego continuar en lo mismo.
Hay que decirlo, algunos no falsean la confianza ciudadana beneficiándose directamente, pero todos, sin excepción, voltean la mirada cuando ven que alguno de sus colegas de partido o movimiento está en las andanzas propias del delincuente, al acecho de los espacios en los que puede enriquecerse de forma fácil e ilícita.
Siempre es preferible aguantar unos días el escarnio público frente a las bellas y bellos espectáculos de corrupción y luego continuar en lo mismo.
Destituyan asambleístas, inicien causas penales, pidan disculpas públicas a los votantes, convoquen a nuevas elecciones, insistan en consultas populares, pongan voto optativo. Eso servirá de muy poco o abiertamente de nada. Mientras los partidos no sean organizaciones medianamente establecidas, la improvisación y el atraco seguirán siendo los referentes de la Asamblea Nacional.
Al mismo tiempo, las personas honestas y capacitadas huirán cada vez más de cualquier cercanía con el mundo de las decisiones políticas.
A la par, de a poco iremos sentando las bases para que en un momento no muy lejano aparezca el endulzante discurso de que la legislatura es innecesaria y debe ser limitada en sus funciones o acaso eliminada. En esa circunstancia, la gente, harta y con razones de sobra, verá esa opción como la más útil.
Para ese día, los que ahora se rasgan las vestiduras, pero son incapaces de formular la reforma planteada, saldrán en defensa de los valores democráticos a los que falsamente dicen responder. Todo es cuestión de tiempo.