Lo invisible de las ciudades
Todos seremos Paola
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Como criaturas efímeras que somos, nuestras historias varían en cómo y cuándo dejaremos de existir. Actualmente, las miradas de muchos están en la gesta que Paola Roldán lleva a cabo ante la Corte Constitucional.
No puedo más que expresar mi apoyo y admiración, como copiloto de muerte que me tocó ser durante los tiempos de agonía de mi difunta esposa.
Enfrentar el tabú de la muerte digna en nuestra sociedad, sobre todo en las críticas condiciones que Paola enfrenta a diario, solo puede calificarse como una acción heroica y desinteresada.
Su lucha -más que propia- es a favor de quienes vienen después de ella; es decir, a favor de todos nosotros.
No hay dignidad en la agonía. Vi a mi esposa pasar de caminar con bastón a usar un andador, durante sus últimos meses de vida. Su movilidad se reducía gradualmente. De pronto, subir o bajar escaleras estaba fuera de su alcance. Sus últimos traslados eran de la cama al baño.
El dolor que padecía se volvió abrumador, y convertían esos pocos pasos en un peregrinaje doloroso y eterno. En una ocasión, ella se sentó en el baño y se echó a llorar sobre el andador.
Entre sollozos me dijo: "Siempre le he rezado a Dios para que me dé fuerzas y seguir. Ahora le rezo para que me lleve. Ya no puedo más con este dolor. No se puede vivir así".
Mi esposa tenía razón. Ser solo capaz de sufrir porque la muerte aún no llega, no es vida. No podemos seguir creyendo que vivir es tener signos vitales.
En la agonía existen diferentes matices crueles, donde ni la vida ni la muerte predominan. Es una suerte de purgatorio donde se sufre según la voluntad del azar.
No puede ser considerado como vida el que una madre requiera que alguien mueva su brazo para poder abrazar a su hijo; tal como Paola debe hacer, cuando su infante se recuesta sobre su regazo.
Tampoco era vida lo que mi esposa padeció en sus últimos días, incapacitada de hablar, pudiendo apenas abrir un ojo que no miraba nada. Imagino su angustia, sin poder comunicarse, sin poder gritar; prisionera de su cuerpo, convertido en una cárcel.
Puedo comprender perfectamente por qué Paola no desea esa condena para ella. De hecho, no creo que nadie -ni siquiera aquellos que dicen defender la vida- deseen pasar por semejante tortura.
Morir significa que nos volvemos una máquina defectuosa. Dejamos de ser nosotros mucho antes de morir. Dichas fallas se manifiestan en la mente de quien las padece como un dolor intenso y permanente.
Debe haber una forma más digna de apagar nuestra consciencia, una forma que se sustente en criterios científicos, donde la fe de otros no se entrometa, y que respete la voluntad de quien agoniza cuando esta haya sido debidamente expresada.
Y así como le pedimos a la justicia que sea consecuente con el sufrimiento de Paola y de muchos más, creo justo hacer un llamado moral a no descuidar a su esposo. Por experiencia sé que muchos están pendientes de quien agoniza, pero no de quien le ayuda y sostiene a diario.
Los copilotos de muerte también necesitan apoyo, solidaridad y fuerza; porque son ellos los que deben seguir viviendo, aunque sea a medias.
Casi siempre, la solidaridad se conjuga en presente. Cuando sabemos de alguien que ha sido víctima de una situación injusta, solemos decir "todos somos"; seguido por el nombre de aquel personaje, cuya trágica experiencia lo ha convertido en símbolo.
En la limitada consciencia que tenemos de nuestra propia existencia, lo único certero en nuestro futuro es que nos espera un final. Por ello, nuestra gratitud y solidaridad con Paola se expresan conjugados en futuro; porque al final, todos seremos Paola Roldán.