De la Vida Real
Del pánico a la paz: Mi lucha contra los trámites y formularios
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Si hay algo a lo que tengo fobia en esta vida es a hacer trámites y a llenar formularios. De verdad, antes sufría, sudaba, me angustiaba. Y, por lo general, hacer trámites y llenar formularios van de la mano.
Nombre: Febres Cordero
Edad: Valentina
Fecha de nacimiento: 0999
"Señorita, ¿me puede dar otro formulario? Es que llené mal". Y así, una y otra vez.
Era tanto mi sufrimiento que decidí no sufrir más.
Cuando el trámite es en persona, me pongo una venda en la mano. Si es en línea, mi marido se encarga. Como ven que no puedo escribir, me leen las preguntas y yo las voy respondiendo sin cometer ningún error.
Obvio que a toda costa trato de evitar hacer trámites. Además, no entiendo nada de lo que me dicen. Mi cerebro se pone en blanco y mi boca se abre cuando me explican lo que debo hacer.
Y no hay nada más frustrante en este mundo que tratar de llamar al banco para que te ayuden a resolver un problema. Te dejan horas oyendo publicidad que no quieres oír, con las opciones esas que no sabes cuál número presionar y jamás hay una persona con quien hablar racionalmente.
Resignada, no tuve más remedio que dejar de aplastar la opción cero, agarrar mi venda de la mano e ir al banco.
Llegué entre las primeras personas. El sistema estaba dañado. Nos entregaron un ticket escrito con el número a mano. A mí me tocó el turno ocho.
Me senté, pero como soy ansiosa cada vez que sonaba el timbre del turno me paraba. No era mi turno y me volvía a sentar.
El banco es ilógico: piden que no uses el celular cuando toda la información, hasta el número de cuenta, está en el celular.
Quería tener todo listo para cuando me llamaran y el guardia me decía: "Señorita, deje el celular, por favor."
Mientras esperaba oía las conversaciones de la gente. Hablaban de política, de lo caro que está todo y que la gallina de la vecina se escapó y el perro del vecino de enfrente se la comió entera, lo que desencadenó una pelea terrible en el barrio.
"Turno ocho, ventanilla 6". Llamaron como tres veces, pero yo estaba pegada al chisme del perro y la gallina. Hasta que el guardia, bravo, me dijo: "Es su turno".
Me senté frente a la señorita, quien me entregó un formulario. Al verme con la venda, entendió el mensaje. Muy amable, la señorita solucionó el problema en menos de 3 minutos.
Aproveché para depositar una plata que había sacado del cajero y era parte del problema que tenía. Esa plata debía estar dentro de la cuenta, no fuera.
Tenía dos opciones: hacer una fila interminable o ir al cajero automático, que me pone más nerviosa y con el que he tenido pésimas experiencias. Siempre termino bloqueando la cuenta y en atención al cliente para hacer el trámite de desbloqueo, como era en este caso concreto.
Decidí hacer la fila interminable. La chica de atrás me encargó su puesto. Luego vino un señor adelante de mí, porque había dejado encargado su puesto. Después, otra señora detrás de mí también dejó encargado su puesto a la señora que estaba delante de mí, pero que en realidad no estaba.
Solo entran y dicen gracias. La persona de atrás asiente con la cabeza y asunto solucionado. Qué mal genio me dio, pero luego pensé que todos eran muy amables y que así es el sistema solidario de convivencia bancaria.
La fila no avanzaba por nada. Hay ocho ventanillas, pero solo atienden tres, y una es para las personas de tercera edad. Para no aburrirme, me distraje oyendo las explicaciones que la gente les da a los cajeros. "Mijita, deposite no más todo, porque es para el arriendo y, de una vez, a mijo también le voy a pagar."
“Señorita, lo que pasa es que me pagaron solo en billetes de a cinco en una feria a la que fui el fin de semana."
Y las cajeras ni se inmutan de lo que la gente les explica.
Fue mi turno. Tímida y con miedo, llegué a la ventanilla. La señorita preguntó a qué número de cuenta hacía el depósito. Saqué frente a ella y del guardia el celular y le di el número. Me entregó el comprobante y me dijo: "¿Algo más en que le pueda ayudar?"
No, nada más, le dije y me fui sintiendo un verdadero alivio de ya no tener que llenar papeleta de depósito, porque eso sí era un tormento para mí.
Salí del banco y, mientras guardaba la venda en la cartera, me quedé pensando: ¿Qué habrá pasado en el barrio donde el perro se comió a la gallina?