El indiscreto encanto de la política
La pandemia de Covid-19 aceleró la cuarta revolución
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
Actualizada:
Hace veinte años, cuando empecé la universidad, no existían las redes sociales. En aquella época, el celular recién empezaba a ser asequible, la conexión a Internet era medianamente razonable y los trabajos en grupo concluían con la costosa quema de un CD que contenía la presentación en Power Point.
Desde entonces muchas cosas han cambiado. Hoy -nuevamente en la universidad, pero desde el otro lado del pupitre- la tecnología se ha constituido en un gran aliado del docente; especialmente bajo las circunstancias actuales de pandemia.
Los materiales educativos se organizan en servicios web como Google Classroom, usamos Zoom para las clases y las lecciones se toman a través del teléfono inteligente en aplicaciones como Quizziz o Kahoot.
Como tarea, los estudiantes cargan su hoja de vida en LinkedIn, ven un documental en Netflix y todos aportan sobre el tema tratado en un archivo colaborativo en Google Docs.
Sin darnos cuenta -y sin todavía haber podido entender bien qué fue eso de la Revolución Digital- desde los países en desarrollo se advierte que estos cambios tecnológicos son parte de una denominada Cuarta Revolución.
Luego de la revolución agraria, la industrial y la digital; esta cuarta revolución se caracteriza por traer significativos cambios en nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Gracias a la tecnología, se está integrando el mundo físico, el digital y el biológico.
Los avances ciberfísicos, entendidos como la combinación de la maquinaria con procesos digitales, están logrando automatizar la mayoría de procesos en las industrias con el objetivo de estructurar verdaderas fábricas inteligentes.
En el hogar, con el avance del Internet de las Cosas (IoT), algunos objetos cotidianos empiezan a generar información digital: refrigeradores que notifican la falta de algún producto, cepillos de dientes que alertan si hay caries, zapatos con GPS o inodoros que diagnostican a través del análisis de orina.
Este derrotero de hacer más inteligentes y autónomas a las industrias y a los hogares tiene sus matices y riesgos. Este proceso beneficiará a aquellas sociedades que estén preparadas para el cambio y que sean capaces de adaptarse a las nuevas exigencias del entorno.
Sin embargo, la tecnología todavía necesita de alguien que la ponga en marcha, la dirija y controle. Es así que, a pesar de los vertiginosos cambios, con seguridad el ser humano se mantendrá como el activo más valioso de las empresas.
Y es ahí donde la academia tiene que reinventarse para formar profesionales autónomos que sepan interconectarse con esta realidad; pues, si no lo hace, quizá seremos los docentes los primeros en quedar relegados.