Una Habitación Propia
El país de los hombres que no amaban a las mujeres
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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En Cuenca, en Quito, en Ambato, en Esmeraldas, en Babahoyo.
Mientras usted tomaba colada morada y guagua de pan, mientras paseaba por el campo, mientras se bañaba en la playa o lamentaba tener que quedarse en casa en este feriado, seis mujeres (más) fueron asesinadas por sus parejas.
Sus nombres, por favor no olviden sus nombres, eran Yomira, Maribel, Marilyn, Katherine, Fladis y Cristina y sus edades iban entre los 59 y los 25 años.
No eran números. No son números. Eran personas que importaban: madres, hijas, amigas, sobrinas, vecinas, ciudadanas.
A Yomira, asesinada por estrangulamiento, la envolvieron con fundas de basura y cinta de embalaje para tirarla dios sabe dónde cuando la encontraron. Su padre iluminó las fundas con su celular y comprobó que no era basura, sino su hija vestida nada más con su ropa interior. Se sospecha de un amigo de ella.
A Maribel la apuñaló un hombre ciento trece veces en un taller mecánico. Sí, 113 veces.
Después de una reunión familiar, Marilyn desapareció. La encontraron asesinada el 2 de noviembre. Se sospecha de su novio.
A Katherine su conviviente, su pareja, la mató con 23 puñaladas, 17 de ellas por la espalda.
A Fladis la mataron con un destornillador. La mató un hombre que supuestamente la debía querer, un hombre en el que ella confiaba.
A Cristina la encontró su madre, su perrito estaba –desesperado, intentando despertarla– a su lado. La habían apuñalado varias veces. Se sospecha de su novio.
Estos asesinatos tienen más de una cosa en común: todas eran mujeres y todas fueron asesinadas por hombres con los que tenían algún tipo de relación sexual y sentimental.
A ellas las mataron los hombres que debían amarlas.
Hasta hace muy poco, a estos crímenes les llamábamos con el eufemismo estúpido de crímenes pasionales. Se asumía que en la fiebre de los celos, del orgullo herido, de la discusión marital, era lógico que se dispararan las pasiones y alguien saliera herido o muerto.
Lo que no se decía, y todavía hay algunos infames que consideran esto una exageración, es que en casi todos los casos la muerta era la mujer y el asesino era el hombre.
A ellas las matan ellos. Por eso se llama feminicidio.
En lo que va del año casi cien mujeres han sido asesinadas en nuestro país por el hecho de ser mujeres. Y más: han sido asesinadas por hombres que las consideraban de su propiedad, esclavas, objetos, basura.
De cara a las elecciones del próximo año no puedo dejar de pensar en qué propuestas tendrán los candidatos a dirigir los destinos de Ecuador para parar las escalofriantes cifras de feminicidios en nuestro país.
¿Tendrán alguna?
Ojalá en algún momento de sus afiebradas campañas comiendo colada morada, haciendo ridículos spots y tomándose fotos con la gente, le dediquen un segundo a repetir estos nombres en sus cabezas: Yomira, Maribel, Marilyn, Katherine, Fladis y Cristina.
Ellas ya no están, pero estamos nosotras y ¿saben qué? Estamos mirándolos.