Contrapunto
Como Paganini con el violín, Liszt deslumbró con el piano
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Podría decirse que antes de Franz Liszt (1811-1886) el ambiente musical europeo era conservador, no despertaba euforia por los compositores, hasta que llegó a los escenarios el músico austrohúngaro para provocar pasiones, incluso reacciones extáticas.
Como la mayoría de los maestros de la música, las habilidades con los instrumentos se revelan en la niñez, lo mismo ocurrió con Liszt. Además, hubo algo que cambió su manera de apreciar la música: ver a Paganini.
En 1831 (otras versiones señalan 1832), en París, acudió con su madre a un concierto del famoso violinista Niccolo Paganini (1782-1840); quedó asombrado por su talento y se prometió a sí mismo seguir sus pasos, pero con el piano.
El musicólogo Tim Blanning explica que Liszt "se quedó boquiabierto" al ver lo que el virtuoso del violín podía hacer con apenas cuatro cuerdas (a veces con una porque las rompía) y un arco.
Paganini, como anota el musicólogo inglés, "resplandeció en el cielo musical como un meteorito cuyo cuerpo abrasado cayó rápidamente a tierra".
Los comentarios de la época coinciden en que Paganini fue para el violín lo mismo que Franz Liszt para el piano; los dos virtuosos, dos genios capaces de generar histeria colectiva.
En 'El triunfo de la música' (Acantilado, 2017) Tim Blanning recopiló reacciones de los más importantes críticos musicales de la época, todos deslumbrados por la figura de Liszt y el dominio de los escenarios en los que se presentó.
La primera aparición en público, en 1824, con 12 años cumplidos, fue en Viena y la palabra preferida para calificar el trabajo del niño músico fue ¡milagroso!
Mucho después, en 1834, Liszt fue invitado a una exposición de Pianos Érard en París, para que estrenara uno de sus conciertos escrito para ese instrumento.
Liszt interpretó un concierto "endiabladamente difícil, con gran brillantez y sin errores, pese a que era la primera vez que leía la partitura", dice el historiador y musicólogo Blanning.
-Tamaño talento o, mejor dicho, tales poderes mueven a creer en los milagros. (Caroline Boissier, 1834).
-Nadie más puede ofrecer una ejecución así, verdaderamente más allá de todo límite. Quien no ha escuchado a Liszt, no tiene, literalmente, ni idea de cómo toca. (Charles Hallé, 1837).
Y esta frase corresponde al gran músico alemán Robert Schumann (1810-1856):
-Nunca he conocido a ningún artista, excepto a Paganini, que posea un grado tan elevado como Liszt y esa capacidad de subyugar, elevar y dominar al público. El torrente de sonidos y sentimientos lo abruma a uno.
De Galway a Ucrania, por toda Europa, especialmente en Alemania, Francia e Inglaterra, Liszt despertó una euforia de admiración que otros grandes músicos no llegaron a sentir.
Lisztomanía o Lisztmanía, fiebre, euforia eran los adjetivos para calificar la admiración que causaba el músico.
Las biografías destacan la especial admiración que sintió el austrohúngaro por Richard Wagner; se casó con una de sus hijas, Cósima, después de un escándalo que llevó a la disolución de su matrimonio con el maestro Hans von Bülow (1830-1894).
Mientras la mayoría de los músicos de la época sentían las limitaciones económicas o debían recurrir a un mecenas de buen gusto musical, Liszt donaba gran parte del dinero que recaudaba en los conciertos para obras sociales.
Con el dinero que repartía el músico se construían escuelas, orfanatos, incluso catedrales. Se cree que entre los años 1838 y 1846 ofreció alrededor de mil recitales.
En el aspecto estrictamente musical, a Liszt se le atribuye ser el creador de lo que se conoce como poema sinfónico, que por lo general consta de un solo movimiento, promueve sentimientos y describe escenas mediante la música; de hecho, compuso trece.
En su repertorio apenas consta una ópera y dos sinfonías, tres conciertos y estudios para piano, varias rapsodias basadas en el folclor húngaro y algunas composiciones sacras; al final de sus años se entregó por completo a la vida religiosa y se internó en un monasterio.
A los 74 años murió de neumonía.