El Chef de la Política
Otto, si se va a ir del Gobierno, hágalo ya
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Otto, como públicamente pidió que se lo trate, se encuentra a días de asumir una decisión trascendental para su vida pública. Tres son las opciones y tres los posibles desenlaces.
La primera opción es mantenerse en el Gobierno, apoyar el proceso de reconstrucción económica y sanitaria del país, y reintegrarse a sus actividades privadas en menos de un año. En dicho escenario, Otto pasa a la historia nacional con el reconocimiento que se ofrece a los ciudadanos que asumen responsabilidades cívicas en momentos difíciles.
Retomaría su labor periodística y empresarial con más estatus que el ya ganado y su palabra se asumiría desde la opinión pública con mayor credibilidad y sustento ético. Además, la posibilidad de volver a la actividad política en el futuro se mantendría intacta. En un análisis de costos y beneficios políticos, esta es la decisión más benévola para Otto, su familia y el país.
La segunda opción del Vicepresidente es constituirse en el patrocinador de un proyecto político en el que el candidato sea otra persona con la que se llegue a grandes acuerdos. En dicho escenario, Otto debe renunciar cuanto antes para dedicarse a cultivar apoyos en favor de un tercero que, seguramente, será tildado de ser el ungido por el Gobierno.
Con las cifras de popularidad del Presidente Lenín Moreno, a nadie con mediana conciencia le interesará colocarse en esa posición. Sin embargo, siempre hay alguien deseoso de ganar un poco de espacio en medios de comunicación y algún cargo en la siguiente administración.
Aunque el Vicepresidente podría salir de Carondelet con cierto respaldo propio, tendría que intentar endosarlo a su candidato en cuestión de pocas semanas. Visto desde diferentes ángulos, tomar partido por esta opción le hace perder a Otto mucho más de lo que podría ganar quedándose en el Gobierno. Seguramente esta es su peor carta pero fue anunciada como una alternativa por él mismo.
La tercera opción de Otto es jugarse a la Presidencia, por sí y ante sí. En ese caso, el Vicepresidente deberá mostrarse como un actor independiente del Gobierno y jugar a un doble rol. Por un lado, dar la imagen de alguien ajeno a los desaciertos asumidos en Carondelet y, por otro lado, abanderarse de las decisiones bien traídas del Presidente Moreno, como la recuperación parcial de las libertades ciudadanas.
Semejante tarea no es cuestión menor pues fácilmente podría ser tildado de traidor, por unos, y de gobiernista, por otros. En la búsqueda de alcanzar el justo medio, Otto podría salir afectado por diferentes flancos.
Al carecer de una organización política que lo respalde, más allá de que el Vicepresidente sea la segunda mejor opción de algunos partidos, dicha debilidad lo conduciría a asumir en solitario los costos de una elección fallida. Dadas las condiciones del tablero político actual, Otto sería un candidato más, y eso lo sitúa frente a la posibilidad cierta de no llegar a la segunda vuelta.
A la ausencia de una estructura política, cuadros técnicos que lo respalden y la experiencia que se requiere para afrontar el convulsionado Ecuador del cuatrienio 2021-2025, se debe sumar otro hecho decidor en el discurso pre electoral del Vicepresidente. Hace pocos días señaló que buscaría consensos en función de objetivos, más allá de ideologías y partidos políticos.
Aunque la expresión pueda tener un hálito de popular y ser cautivadora, en el fondo es profundamente vacía y preocupante. Objetivos comunes se encuentran en la derecha y la izquierda. Lo que diferencia a unos y otros son los medios para alcanzar dichos objetivos. Allí, precisamente, las ideologías y los partidos que las representan juegan un papel decisivo.
Superar la crisis económica del país, por ejemplo, es un objetivo compartido por cualquier organización política; sin embargo, en cómo hacerlo se marcan los puntos de quiebre. Tratar de minimizar las diferentes visiones sobre la política tributaria, el endeudamiento externo o el rol del Estado, dan cuenta que el discurso propuesto por Otto cae fácilmente en la indefinición y en lo que algunos llamarían populismo político y otros demagogia pura y dura.
Como se ha evidenciado, a pesar de que la mejor opción para el Vicepresidente es terminar su período y volver con mayores pergaminos a lo que hacía antes, la ambición política lo ha tocado. Los aduladores han ganado y, atacado por una de las condiciones inmanentes del ser humano como es la vanidad, Otto ha terminado por convencerse no sólo de que es presidenciable sino de que la victoria es sólo cuestión de tiempo. Nada más ilusorio y falaz.
Si bien puede tener opciones, la lucha política será enorme y bien podría quedar en el pelotón de los que por unos pocos votos no alcanzarán la segunda vuelta electoral.
Si eso sucede, pasará a engrosar el grupo de candidatos a los que el país dirigirá las críticas más enconadas por haber fragmentado el voto al punto de ocasionar que el nuevo presidente llegue al poder con un respaldo popular efectivo, el de la primera vuelta, incluso menor al 20% de Lucio Gutiérrez.
Más allá de todo lo dicho, si el Vicepresidente ha optado por una decisión que le podría causar mayores costos que beneficios en lo político, es cuestión suya. Lo que sí compete al país es demandar a Otto que, si va a ser candidato o va a patrocinar a alguien para que lo sea, deje el Gobierno a la brevedad.
No es responsable ni cívico que siga en una posición de poder cuando tiene intenciones de alcanzar más poder. Cada día que pasa con un Vicepresidente jugando a ser candidato o al menos a operar activamente en el próximo proceso electoral, perjudica la gestión del Gobierno, fomenta las suspicacias e incentiva la incertidumbre que es, en momentos de crisis como el que vivimos, el peor enemigo de la economía, de la política y de la sociedad en general.
Don Otto, si se va a ir del Gobierno, hágalo ya.